Un 19 de julio, pero de 1979, hace 45 años, las calles de Managua fueron testigo de la entrada de guerrilleros del Frente Sandinista de Liberación Nacional triunfantes a la capital del país dos días después de que Anastasio Somoza Debayle huyera rumbo a Miami.

La de Nicaragua, hasta la fecha, es la última revolución armada en la historia de América Latina. Su huella sigue siendo visible incluso hoy para lo bueno, para lo malo. Una fecha para la historia de Nicaragua.

En la medida que el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo se ha ido aislando y perdiendo apoyo político, los baños de masas han ido menguando, igual que los invitados internacionales.

Ya no se observa las decenas de personas que asistían a la Plaza de la Revolución con sus camisetas de idolatría a la pareja dinástica. Ahora es una celebración “en familia” con discursos sin propuestas, narrativas de ataque a quienes catalogan de injerencistas, colonialistas o que provocan agresiones contra Nicaragua.

Rosario Murillo anunció para este 19 de julio la llegada de más de 500 delegados de diversos países, y mencionó como invitada especial a Leila Khaled, una legendaria guerrillera palestina, que flaco favor le hace a la guerra contra su país, el asistir a apoyar a una dictadura.

Cada vez más, interesa poco celebrar el 19 de julio. Repulsa, dolor, traición, engaño provoca en muchas persona. Es una burla que la familia se sienta dueña del país.