Tras dieciséis meses de silencio y angustia, la periodista nicaragüense Fabiola Tercero volvió a aparecer en escena, supuestamente desde la comodidad de su hogar y sonriente junto a su madre. Los medios oficialistas difundieron las imágenes con gran despliegue este 11 de noviembre, insistiendo en que nunca estuvo desaparecida ni detenida, sino “conviviendo” plácidamente con su mamá. Pero esa narrativa es tan frágil como un decorado de cartón; la realidad tras la sonrisa forzada de Fabiola revela un teatro mal montado que se cae por su propio peso. Lejos de disipar dudas, esta reaparición orquestada indigna por su cinismo y pone al desnudo la crueldad calculada del régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo.
No hubo noticias del paradero de Fabiola Tercero durante 16 meses completos. Desde el 12 de julio de 2024, cuando policías allanaron su casa y se la llevaron detenida, su destino fue un enigma impuesto por la fuerza. Organizaciones de derechos humanos y colegas periodistas, dentro y fuera de Nicaragua, denunciaron incansablemente su desaparición forzada y exigieron pruebas de vida, alarmados por el prolongado silencio oficial sobre su suerte y estado de salud. El caso de Fabiola, cuyo único «delito» consistía en promover la lectura con el «Rincón de Fabiola», se convirtió en símbolo de la represión imperante: una reportera feminista borrada del mapa por hacer su trabajo, mientras el poder negaba incluso tenerla bajo custodia. Ante la creciente presión nacional e internacional, la dictadura optó por una jugada conocida: exhibir a la víctima brevemente frente a cámaras para negar lo innegable y tratar de desactivar las denuncias.
Ante la creciente presión nacional e internacional, la dictadura optó por una jugada conocida: exhibir a la víctima brevemente frente a cámaras para negar lo innegable y tratar de desactivar las denuncias.
No es casualidad que esta puesta en escena ocurra pocos días después de que periodistas nicaragüenses en el exilio, que participaban en el Foro Centroamericano de Periodistas (ForoCAP 2025) en Guatemala, alzaran la voz para exigir una prueba de vida y la liberación inmediata de Fabiola Tercero. El fin de semana previo a la aparición de Fabiola, comunicadores exiliados aprovecharon ese foro regional para visibilizar su caso y clamar por sus derechos, dejando en evidencia al régimen ante sus pares centroamericanos. Asimismo, organismos internacionales y gobiernos extranjeros aumentaban el escrutinio: incluso Estados Unidos, al cumplirse un año de su secuestro en julio de 2025, demandó formalmente la liberación de la periodista. Acorralado por la vergüenza internacional y temeroso del costo político, el régimen sandinista recurrió a esta maniobra desesperada. La repentina “reaparición” de Fabiola no fue un acto espontáneo ni humanitario, sino una mascarada forzada por la presión internacional, calculada para aplacar críticas externas.
Sin embargo, las sonrisas ensayadas y las declaraciones apuntadas en pantalla no logran ocultar la coacción tras el espectáculo. Fabiola Tercero y su madre comparecieron en condiciones claramente controladas y bajo amenaza tácita, repitiendo el libreto oficial. Todo estuvo milimétricamente coreografiado. El régimen incluso obligó a Fabiola y a su mamá, con una patente sobreactuación, a brindar declaraciones negando su propia desaparición, tal como ha ocurrido en otros casos de prisioneros políticos exhibidos bajo presión.

Se trata de un guion ominoso que Nicaragua ha visto antes: la víctima, todavía bajo custodia, debe desmentir su calvario y afirmar ante las cámaras que jamás sufrió daño, mientras sus captores celebran su “buena voluntad”. Este libreto no es nuevo. Basta recordar cómo, en 2023, la dictadura difundió fotos y videos del obispo católico Rolando Álvarez durante supuestas visitas familiares en prisión, en un salón cuidadosamente decorado, para fingir que gozaba de trato digno. Aquellas imágenes de monseñor Álvarez –pálido y visiblemente desmejorado, rodeado de guardias disfrazados de acompañantes– fueron un montaje burdo con el que Ortega y Murillo intentaron acallar las denuncias internacionales y ofrecer una falsa normalidad en medio de la barbarie carcelaria.
Recordemos también cómo en 2018 los sobrevivientes de la masacre del barrio Carlos Marx denunciaron inicialmente que policías y paramilitares incendiaron su vivienda e impidieron que escaparan, pero meses después, bajo evidente presión, fueron obligados a aparecer en un video oficial repitiendo la versión contraria y culpando a supuestos “tranqueros”. Ese forzoso “cambio de versión” se convirtió en un hito del cinismo estatal: el intento brutal de borrar el testimonio de las víctimas mediante miedo y control absoluto. Hoy, con Fabiola, se repite la misma farsa: un simulacro de normalidad bajo el ojo vigilante del poder.
Es importante subrayar que esta exhibición televisada dista mucho de ser una liberación para Fabiola. De hecho, periodistas independientes en el exilio advirtieron inmediatamente que Tercero permanece bajo arresto domiciliario de facto, obligada a presentarse diariamente a firmar en una delegación policial, lo que demuestra que su “vida en casa” no es más que otra forma de cautiverio. Su hogar se ha convertido en celda, sus movimientos están vigilados y restringidos, y su voz, amordazada. En otras palabras, Fabiola sigue sin libertad real ni garantías legales: no puede expresarse libremente, no tiene ningún recurso jurídico efectivo y continúa a merced del capricho de sus captores. Presentarla brevemente ante las cámaras no cambia ese hecho fundamental, del mismo modo que excarcelar a un preso político para confinarlo luego entre cuatro paredes no constituye justicia. Vale recordar que la aparición de Fabiola ocurrió apenas unos días después de que la dictadura excarcelara, el 8 de noviembre, a cinco presos políticos de edad avanzada, enviándolos a casa por cárcel bajo amenaza de silencio absoluto –prohibidas las declaraciones a medios, organizaciones civiles o de derechos humanos–. Entre ellos figuraba un periodista, el veterano Leo Cárcamo, cuyo “beneficio” de casa por cárcel vino acompañado de una mordaza. Estas medidas no son gestos de apertura, sino movimientos tácticos de propaganda: pequeñas concesiones controladas para lavar la imagen del régimen sin desmontar en absoluto la maquinaria represiva que mantiene a todos estos ciudadanos como rehenes.
¿Qué persigue entonces el régimen con este espectáculo indignante? En una palabra: engañar. La reaparición de Fabiola no pretende garantizarle libertad ni justicia, sino fabricar una narrativa favorable al gobierno de Ortega-Murillo de cara al mundo.
¿Qué persigue entonces el régimen con este espectáculo indignante? En una palabra: engañar. La reaparición de Fabiola no pretende garantizarle libertad ni justicia, sino fabricar una narrativa favorable al gobierno de Ortega-Murillo de cara al mundo. Es una estrategia propagandística fríamente calculada para intentar lavar su deteriorada reputación internacional, presentándose como un gobierno “humano” que atiende denuncias, cuando en realidad fue obligado a mostrar a Fabiola contra su voluntad. La dictadura primero infringe el terror —arrasando con el derecho a la vida y a la libertad de sus críticos— y después, cuando el clamor se vuelve ensordecedor, realiza un acto superficial de aparente benevolencia. Desaparecen a la persona, la sepultan en la incertidumbre, y luego la “resucitan” mediáticamente para negar sus propias violaciones. Pretenden reescribir la realidad a conveniencia: que una aparición de Fabiola con una extraña sonrisa y su madre sobreactuando borre de la memoria colectiva aquellos 487 días en que nadie sabía si estaba viva o muerta. Es un ejercicio orwelliano de control de la verdad, tan grotesco como fútil, porque los hechos han quedado al desnudo.
Lejos de mostrar mejora, este episodio confirma la continuidad del patrón de represión contra la prensa independiente y la disidencia en Nicaragua. El caso de Fabiola Tercero es un ejemplo más de cómo el régimen emplea la desaparición forzada y la intimidación como herramientas de gobierno. No es la única: decenas de voces críticas han sido silenciadas de forma similar. Hoy, Nicaragua es un país donde el periodismo libre ha sido totalmente criminalizado y eliminado; la gran mayoría de reporteros y comunicadores opositores viven en el exilio o en la clandestinidad. Al menos 293 periodistas nicaragüenses se han visto obligados a huir del país, en un desplazamiento forzado que constituye “la única vía de supervivencia ante la persecución estatal”. En este clima opresivo, montajes como el de Fabiola no son más que cortinas de humo: intentos torpes de ocultar que el gobierno sigue gobernando a base de miedo, encarcelando a quienes piensan distinto y negándoles los más básicos derechos humanos.

La reaparición de Fabiola Tercero, lejos de apaciguar los ánimos, ha acrecentado la indignación moral dentro y fuera de Nicaragua. Es imposible no sentir rabia y tristeza ante un poder que juega con la integridad y la dignidad de una persona como ficha en su tablero propagandístico. La sonrisa vigilada de Fabiola en la pantalla no es la de una mujer libre, sino la mueca de una rehén obligada a actuar un libreto ruin bajo la mirada implacable de sus captores. El régimen Ortega-Murillo cree que con esta mascarada podría quitarse presión de encima; pero lo único que ha logrado es reafirmar su condición de tiranía cínica, dispuesta a manipular la verdad y a las personas para sostener su relato. Ante semejante afrenta, corresponde a la comunidad democrática redoblar la denuncia y la solidaridad. Fabiola Tercero no está libre, por mucho que la presenten en su sala de estar. Su caso nos duele y nos interpela a todos: cada día que pasa sin que ella y los demás presos políticos recuperen efectivamente su libertad es una afrenta a la justicia y a los derechos humanos.
Y es precisamente ahora, después de esta pantomima cruel, cuando la exigencia se vuelve más urgente que nunca. Porque cada día adicional de encierro arbitrario erosiona la dignidad humana y normaliza la barbarie. Y porque solo una presión internacional sostenida, firme y unida puede impedir que nuevas Fabiolas desaparezcan sin rastro.
Por eso, hoy más que nunca, hay que exigir la libertad inmediata, plena e incondicional de Fabiola Tercero y de todas las personas presas políticas. Que nadie se acostumbre a la oscuridad. Que nadie calle ante la injusticia. Que nadie deje sola a Fabiola.

