Cristhian Alvarenga López| Periodista
Nicaragua está de luto. La dictadura hitleriana de Daniel Ortega y Rosario Murillo sigue llevando al país a un derrumbe sin precedentes en la historia. Atrás quedaron los dictadores como Videla, Franco, Ríos Montt o Pinochet. Ella y él son igual que todos los mandamases militares que América latina ha tenido en su historia pasada. Ambos reencarnan lo más -podrido de un régimen inhumano, decadente de principios y apegados totalmente al dinero y al deseo de someter por la fuerza bruta a una nación.
En 2018, el pueblo de Nicaragua cansado de la clase política y del desgobierno salió a las calles, y la juventud dio inicio a una nueva etapa histórica de resistencia, que esta vez tuvo la particularidad de ser una lucha NO violenta y los padres jesuitas fueron uno de los primeros que estuvieron acompañando y mostrando cercanía con la población que empezaba a ser represaliada por el terrorismo del Estado.
El régimen Ortega-Murillo ha cerrado este miércoles, por medio de una argucia jurídica y una confiscación exprés –prohibida por la Constitución nicaragüense de 1987- la Universidad Centroamericana (UCA), una institución encarnada en el pueblo nicaragüense.
Desde esa institución, diferentes generaciones de sacerdotes jesuitas se han implicado en los procesos históricos de transformación social, económicos y políticos de mi país; intentando encontrar un nuevo orden social más humanizante, siguiendo los pasos de grandes hombres como Cesar Jerez, Xavier Gorostiaga, Fernando Cardenal y otros compañeros que hicieron vida las palabras del mártir Ignacio Ellacuría: “Una universidad que luche por la verdad, por la justicia, y por la libertad, no puede menos que verse perseguida”.
Burdamente, el orteguismo acusa a la UCA de “terrorismo”, “traidores” del “pueblo de Nicaragua” que “han atentado de forma continua contra la independencia, la paz, soberanía nacional y autodeterminación” (sic).
Bajo esta premisa del régimen, me pregunto ¿los diputados del Frente Sandinista que trabajaron ejerciendo la docencia en dicha universidad, los empleados del sindicato orteguista, los hijos de la neo burguesía nicaragüense (todos simpatizantes del régimen, a su vez dueños de grandes empresas y propiedades) son todos terroristas y traidores?
La mentira tiene rostro en Nicaragua. La falacia habla todos los días al mediodía en una cadena de medios de comunicación cuyos dueños son los hijos de la pareja gobernante y que han sido adquiridos a través de financiación de dudosa procedencia (según investigaciones periodísticas) o incluso, como un capricho que ha sido pagado por el bolsillo del contribuyente nicaragüense.
La decadencia por la que el régimen orteguista va llevando a Nicaragua es espeluznante. La Compañía de Jesús, desde 2018 y antes, había tratado de plantarle cara al autoritarismo desde la reflexión y la academia. El comunicado emitido por los jesuitas del istmo centroamericano afirma que lo que hay detrás de la confiscación de la UCA “se trata de una política gubernamental que está violando sistemáticamente los derechos humanos y parece estar orientada a consolidar un Estado totalitario”.
La persecución y el cierre de la UCA es otro paso más de la feroz persecución religiosa que se vive en Nicaragua. No tengo la menor duda que el deseo de la pareja Ortega-Murillo es acabar con la Compañía de Jesús y la vida religiosa dentro del país, porque para consolidar el modelo totalitarista, el pensamiento crítico es un obstáculo. En el régimen tienen miedo al trabajo que por años se ha venido desarrollando desde la academia y la incidencia de la vida universitaria en la sociedad. Para este cometido, el Alma Mater jesuita ha contribuido desde la excelencia académica y docente a ser voz reflexiva y crítica de los problemas del país, y el rescate de la memoria colectiva de los nicaragüenses.
La UCA como universidad de inspiración cristiana, promovió una espiritualidad liberadora en sus estudiantes y en la sociedad, poniendo nombres y rostros a los cristos crucificados en Nicaragua. Promovió la autonomía universitaria estableciendo un dialogo permanente con movimientos sociales y de mujeres; y se destacó en la lucha de la asignación del 6 % del presupuesto general del Estado destinado a mejorar la calidad de la enseñanza en las casas de estudios superiores del país.
Dicho sea de paso, la universidad fue despojada de su asignación del 6% que le correspondía por mandato constitucional, al ser parte de las casas de estudios superiores del denominado “Consejo Nacional de Universidades” (CNU). Pese al chantaje económico promovido por la dictadura, los jesuitas y la UCA no dejaron de defender al estudiantado que era represaliado por el Estado, ni de reflexionar de forma seria sobre las graves problemáticas que viven dentro de Nicaragua, ni de denunciar los abusos y desmanes autoritarios del orteguismo.
Con el cierre de la UCA, Daniel Ortega junto a su esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo, pretende silenciar todas las voces disidentes en Nicaragua. Sin embargo, tenemos la obligación de recordarles que la historia de la Compañía de Jesús es la lucha al servicio de los más pobres desde la fe y justicia que la misma creencia en Jesús de Nazaret exige, asumiendo valores muy concretos y palpables en el trabajo apostólico que desarrollan desde sus instituciones y trabajo pastoral.
n la historia de Nicaragua y América Latina, hemos sido testigos de las opciones en favor de la fe, justicia y los pobres son un compromiso militante para los hijos de Ignacio de Loyola en estas tierras. “Esto es una convicción hecha carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre” diría el padre Cesar Jerez, y es que, no se trata de una bonita frase o de un eslogan piadoso, pero en toda la región centroamericana, los jesuitas han dado su vida por estas convicciones, y por haber sido parciales en favor de los oprimidos.
Sin duda, este momento oscuro que vive Nicaragua es la oportunidad para acuerpar, ser solidarios, cercanos y compañeros con los jesuitas, debido a su apostolado y trabajo social en favor del país desde el Evangelio.
El orteguismo ha corrido a jactarse en sus medios de propaganda de “recuperar” (sic) la casa de estudios; pero se les olvida que nadie les cree. Nicaragua es la UCA, y la UCA es Nicaragua. Ciertamente, hay dolor en toda la sociedad nicaragüense. Muchísimo. Pero también esperanza. Basta ver los mensajes de solidaridad en redes sociales con el hashtag #TodosSomosUCA en Twitter. Por esas aulas y esos pasillos ha pasado la memoria viva de mi país.
Todos, sin exclusiones, han encontrado en la UCA un espacio para pensar y crecer en libertad. Los hijos de los campesinos, obreros, cuentapropistas, la clase media y la burguesía, la vida religiosa, las personas con opciones sexuales diferentes y hasta los hijos del matrimonio que desgobierna el país. Por eso, el discurso trasnochado y caduco del régimen es una mentira que ni los mismos simpatizantes del orteguismo se creen.
La dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo podrá confiscarlo todo, menos el aporte de los jesuitas en la historia del país: El pensamiento, la palabra y acción a favor de la justicia, memoria y verdad.
Por eso en medio de esta oscuridad, la Compañía de Jesús y su obra insigne en Nicaragua, la UCA, demuestran que “en todo amar y servir”, no es solamente una frase, sino una opción de vida que busca servir, liberar y transformar desde el Evangelio la injusticia de una sociedad tan desigual como la nicaragüense. Por eso le temen los dictadores, llámense estos, Somoza u Ortega-Murillo.