Redacción AP

Ignacio (nombre ficticio) es un nicaragüense que vive exiliado en España desde finales de 2018. Participa en numerosos grupos de WhatsApp relacionados con Nicaragua, de todo tipo. Desde los que sirven para abordar asuntos del día a día en su país de acogida, como ofertas y demanda de trabajo o incluso venta de comida nica a domicilio hasta los de contenido más político. En total calcula que debe estar, más o menos activo, en al menos una decena de ellos.


Entre el viernes 10 de septiembre y el domingo 12 en todos y cada uno de ellos ha recibido un envío consistente en un archivo PDF con la nueva novela del escritor nicaragüense Sergio Ramírez, Tongolele no sabía bailar’. No solo en estos grupos si no también a título individual, no pocos contactos suyos le han reenviado el mismo fichero a través de la misma aplicación de mensajería instantánea. “Debo tener en el celular veinte veces el libro, o más”, afirma a Agenda Propia Nicaragua aunque también reconoce que aún no ha tenido tiempo para ojearlo.


Lo hará pronto, porque aunque explica que no es un lector habitual de las obras de Ramírez, salvo ‘Margarita está linda la mar’ que leyó hace mucho tiempo, este libro “es diferente”. Y lo es porque el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo le han otorgado esa categoría de libro prohibido que, al contrario de lo que se persigue cuando se aplica de manera tan torpe la censura, el resultado ha sido un interés inusitado por un libro. Como si se tratase del estreno de una nueva temporada de una serie de moda.


Publicado, como todos los libros de Ramírez, por la editorial española Alfaguara, ‘Tongolele no sabía bailar’ se ha convertido, de la noche a la mañana, probablemente en el libro que más nicaragüenses tienen en su poder, en este momento, independientemente de que lo vayan a leer completo, simplemente ojear y, seguramente compartir.


Los ejemplares físicos permanecen retenidos, mejor dicho, secuestrados en la aduana de Managua mientras que las autoridades del régimen esperan un informe requerido a la editorial en el que se pide expresamente que se resuma la trama de la obra para así decidir si se libera o se queda en esas oscuras bodegas. Pero ya es difícil encontrar quien no tiene en Nicaragua su ejemplar en una carpeta de su celular entre memes varios, audios y los cientos de archivos que pueden llegar al cabo de un día.


R.A. es abogado y vive en Granada. Comenzó a leer el libro casi al momento de recibirlo y aunque reconoce que el compartir un libro pirata es vulnerar a legalidad, considera que en el contexto en el que vive el país, que la obra de Ramírez corra de celular en celular “está justificado”. Una opinión que está en consonancia con lo que ha afirmado en su cuenta de Twitter la periodista Sofía Montenegro, que celebraba que el libro esté circulando “como pan caliente”. Ella define esta situación como “pirateo solidario y contra la censura” y asevera que “por dónde se lo vea, es un éxito”.


No es de la misma opinión de Montenegro el periodista nicaragüense exiliado en España Israel González Espinoza que también a través de Twitter reflexiona sobre este asunto y considera “triste” que esté circulando esta edición pirata ya que, entiende, “nuestro apoyo al escritor inicia comprando su libro”.


Paradójicamente, no sería extraño que este libro de Sergio Ramírez sea el que más difusión haya tenido en su país desde que comenzara a escribir. ¿Cuántos nicaragüenses pueden permitirse llegar a la librería y gastar los al menos 20 dólares que costará si es que llega a los anaqueles de estos establecimientos? Y es que aunque 20 dólares rindan ya muy poco en el mercado, comprar un libro nuevo es un lujo no al alcance de la mayoría. Sin embargo un celular sí que está en casi todas las manos.

No sabemos si desde El Carmen se seguirán dando pasos hacia un endurecimiento de la censura de tal manera que cualquier día no resulte extraño que a los bomberos se les encargue quemar los libros como en ‘Fahrenheit 451’. Tal y como van las cosas en Nicaragua, no es algo que pudiera descartarse del todo. En cualquier caso, tampoco eso evitaría que los nicaragüenses buscaran la forma para burlar el veto, aunque hubiera que recurrirr a memorizar los textos como en la distopía imaginada por Ray Bradbury.