Crónica desde la distancia

Desde la pantalla de mi ordenador, fui testigo de un momento cargado de simbolismo y emoción. El obispo de Matagalpa, Monseñor Rolando Álvarez, celebró su primera misa pública tras su excarcelación y destierro de Nicaragua.

Una imagen que quedó grabada en mi mente fue la de su figura serena, aunque visiblemente marcada por los más de 500 días de injusto encierro, en las cárceles del régimen Ortega-Murillo.

La misa tuvo lugar este 18 de diciembre de 2024, en la parroquia Nuestra Señora de Las Huertas, en Sevilla, España. A pesar de la distancia, su voz resonó como un eco de esperanza para su “amada Nicaragua”, un país que él describió como bendito y lleno de gente maravillosa. Desde el inicio, se percibía que no era una celebración cualquiera, era un acto cargado de significados. Un testimonio vivo de fe y resistencia pacífica.

En su breve pero contundente homilía, Monseñor Álvarez no sólo oró por su pueblo, sino que también evocó un importante aniversario: el centenario de la creación de la Diócesis de Matagalpa. “En las vísperas de los cien años de fundación canónica de la bendita y amada Diócesis de Matagalpa en Nicaragua, oramos por ustedes”, dijo con una calma que contrastaba con la intensidad de su mensaje.

En otro momento significativo, citó palabras del Papa Francisco, dirigidas a los fieles nicaragüenses en una carta pastoral reciente: “Estamos llamados a no dudar de su cuidado y misericordia”. Estas palabras, que podrían parecer simples, cobraron un profundo significado viniendo de alguien que ha experimentado de primera mano las pruebas más duras de la persecución y el exilio.

Un regreso espiritual

La misa fue también un regreso simbólico a su rol pastoral público, tras meses de actividades religiosas realizadas en la discreción. Desde su expulsión de Nicaragua en enero de este año, Álvarez había sido visto en actos privados, pero esta celebración marcó un hito: su vuelta al espacio que más representa su misión, el altar y la palabra que ha estado cercana a la realidad del pueblo nicaragüense.

En las redes sociales se sentía el apoyo de la comunidad nicaragüense en el exilio y de fieles de distintas latitudes. Cada palabra, cada gesto, parecía estar cargado de un mensaje más allá de lo evidente: una invitación a mantener viva la fe y la esperanza.

El contexto de la persecución

El destierro de Monseñor Álvarez y otros religiosos en enero de 2024 es sólo una muestra de la dura persecución que han enfrentado miles de personas en Nicaragua. Según datos de la investigadora Martha Patricia Molina, en la Diócesis de Matagalpa apenas quedan 13 de los 71 sacerdotes que ejercían su labor pastoral. Estas cifras reflejan la magnitud del desmantelamiento sistemático de las estructuras eclesiásticas en el país.

A pesar de este contexto adverso, Rolando Álvarez ha continuado levantando su voz. Su participación en eventos como la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos en Roma en septiembre pasado, demuestra que sigue siendo una figura clave no sólo para la iglesia católica de Nicaragua, sino también para la comunidad católica internacional.

Mensajes de solidaridad y esperanza

El centenario de la Diócesis de Matagalpa ha servido también como punto de encuentro reflejado en mensajes de solidaridad. Tanto el Consejo Episcopal Latinoamericano como la Confederación Latinoamericana de Religiosos han enviado palabras de apoyo al pueblo de Nicaragua. “Llegarán tiempos mejores”, aseguran, invitando a perseverar en la fe y la solidaridad.

Desde mi rincón frente a la pantalla, no pude evitar sentirme parte de esta red de esperanza que atraviesa fronteras. La misa de Monseñor Álvarez, celebrada en un rincón de Sevilla, se convirtió en un poderoso recordatorio de que la resistencia puede sostenernos incluso en las circunstancias más adversas.

Mientras cerraba la transmisión, quedé con una reflexión que me acompañará por mucho tiempo: la valentía de Roldando Álvarez no sólo reside en su resistencia, el destierro y la prisión, sino en su capacidad de seguir sembrando esperanza en los corazones de su pueblo. Aunque lejos de su patria, su voz sigue resonando fuerte y clara, como un faro para Nicaragua y más allá. Y que sobre todo, hay que seguir resistiendo desde donde estemos.