El mundo despide hoy al Papa Francisco, líder espiritual de la Iglesia católica y una de las voces más comprometidas con los oprimidos en tiempos de oscuridad. Su muerte marca el fin de un pontificado que dejó huellas profundas en temas sociales, migratorios, ambientales y, particularmente, en su valiente y constante denuncia de las injusticias cometidas contra la Iglesia y el pueblo de Nicaragua.
Jorge Mario Bergoglio, el primer Papa latinoamericano, tuvo una mirada especial hacia su continente, y en particular, hacia Nicaragua, país al que acompañó con palabras de consuelo y denuncias valientes desde los primeros momentos de la escalada represiva del régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Frente a una comunidad eclesial perseguida, encarcelada y exiliada, Francisco no fue indiferente.

El punto más alto de su denuncia se dio en marzo de 2023, cuando en una entrevista con Infobae llamó al régimen nicaragüense “una dictadura grosera”, o, en palabras argentinas, “guaranga”, comparándolo con “la dictadura comunista del 17 o la hitleriana del 35”. Esta declaración provocó una reacción furiosa del gobierno de Managua, que rompió relaciones diplomáticas con la Santa Sede. Pero Francisco no retrocedió. Consciente del sufrimiento del pueblo y de la Iglesia en Nicaragua, prefirió la claridad evangélica a la diplomacia vacía.
Estas palabras resonaron fuerte, no solo por su contundencia, sino por provenir del líder máximo de una Iglesia que en Nicaragua ha sido blanco de ataques sistemáticos: obispos perseguidos, sacerdotes encarcelados o expulsados del país, templos asediados y hasta el exilio forzado del obispo Rolando Álvarez, cuyo caso fue reiteradamente mencionado por el Pontífice.


En los rezos del Ángelus, uno de los espacios más visibles y simbólicos de su pontificado, el Papa Francisco incluyó oraciones por Nicaragua en más de una ocasión. A través de estas plegarias públicas, denunció “la dolorosa situación que vive la Iglesia en Nicaragua” y pidió por “el cese de la violencia y la restauración de un camino de diálogo y respeto”. De hecho, en 2022, pidió explícitamente por el obispo Rolando Álvarez, entonces preso político, clamando por su liberación. En 2023, volvió a mencionar el país en medio de la expulsión de 222 presos políticos, entre ellos varios miembros del clero, lamentando “la incomprensible persecución a una Iglesia que solo busca servir al pueblo”.

En 2023, volvió a mencionar el país en medio de la expulsión de 222 presos políticos, entre ellos varios miembros del clero, lamentando “la incomprensible persecución a una Iglesia que solo busca servir al pueblo”.

Desde el inicio de la crisis sociopolítica en 2018, el Papa había seguido con atención la situación de Nicaragua. Cuando el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo comenzó a reprimir brutalmente las manifestaciones sociales y a criminalizar a la Iglesia, el Papa no optó por el silencio ni la neutralidad cómoda. En varias ocasiones, desde el balcón del Ángelus, Francisco expresó su “preocupación por la grave situación en Nicaragua”.Una figura que siempre estuvo cercana al Papa fue la del obispo auxiliar de Managua, monseñor Silvio José Báez, quien desde su exilio en Miami se convirtió en una de las voces más críticas contra el régimen. Francisco, aunque lo llamó al Vaticano por motivos de seguridad en 2019, nunca lo silenció ni lo condenó. Al contrario, permitió que siguiera ejerciendo su misión pastoral desde el exilio, acompañando a los nicaragüenses dispersos por el mundo. Su cercanía con Báez fue también un gesto de solidaridad con los muchos exiliados forzosos, entre ellos sacerdotes y religiosas que debieron abandonar el país por amenazas o expulsiones arbitrarias. En 2021 Báez se reunió con el papa Francisco quien le confirmó nuevamente su ministerio como  Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Managua y miembro pleno de la Conferencia Episcopal. Además, según informó en su día el medio Religión Digital, exhortó a la población a no acostumbrarse a vivir bajo la opresión porque Nicaragua es para todos y no de solo un sector.
Su preocupación por el país centroamericano no fue solo política, sino también pastoral. Francisco veía en la Iglesia nicaragüense una comunidad mártir, perseguida por predicar el Evangelio y por acompañar al pueblo en sus clamores de justicia. No dejó pasar la oportunidad de manifestar su cercanía con los fieles y con los pastores que, aun en medio del hostigamiento, se mantuvieron firmes.
El Papa argentino comprendía bien los mecanismos del autoritarismo. Formado en el seno de una Latinoamérica atravesada por dictaduras, sabía reconocer sus signos. Y en Nicaragua, los vio con claridad: represión, censura, culto a la personalidad, silenciamiento de la disidencia, y la negación de la libertad religiosa. Su voz, entonces, se volvió faro para muchos.