Pedro Lanzas (*)
Es importante hacer una reflexión profunda sobre las relaciones del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) con la religión, especialmente con la Iglesia católica en Nicaragua, más allá de los planteamientos que la pareja Ortega-Murillo tiene actualmente.
Hay un cambio radicalmente diferente de los planteamientos que los líderes sandinistas hicieron sobre la religión en los años 80 y el liderazgo actual. En noviembre del año 1979 hubo una reunión de la Dirección Nacional del FSLN, en la que trataron el tema religioso de los nicaragüenses. La conclusión a la que llegaron fue que la educación iba a ir transformando la cultura del pueblo, y pasar de una cultura popular religiosa a una más laica y secular. Esta reflexión estaba motivaba por la consigna de Karl Marx, dominante en aquella época: “La religión es el opio del pueblo”.
Las elecciones del 1990 hicieron reflexionar a los líderes sandinistas sobre este principio. Mucha gente en dicha justa electoral votó en su contra por los conflictos que existieron entre el Estado y la Iglesia. El FSLN fue acusado de ateo y de querer terminar con la religión o al menos manejar la religión al estilo de la revolución cubana.
Para enfrentar el tema religioso, la dirigencia del FSLN planteó otra estrategia, consolidada por la actual dirigencia de la pareja Ortega-Murillo. La premisa es “el pueblo es profundamente religioso y la religión forma parte integrante de la cultura popular”. Si queremos ser líderes de este pueblo tenemos que aceptar esta realidad.
Para ganar las elecciones y obtener la simpatía de la gente hay que acoger su modo de pensar y de sentir; su tradición cultural profundamente religiosa, que no va a cambiar de la noche a la mañana. Por eso propusieron un cambio en las relaciones con la Iglesia, sobre todo en la rama articulada en torno a Monseñor Obando. Ya no hay confrontación, sino cercanía. Se cambia la consigna marxista -La religión opio del pueblo-, por la de un gobierno socialista, solidario y cristiano. Este cambio se incorporó en 2014 a la Constitución.
A la vez la vicepresidenta comenzó a tener un papel preponderante en la dirigencia del Gobierno y del partido. Ella se manifiesta con un pensamiento esotérico. La gente en el vox populi dice que es bruja. Se reúne con chamanes y se asesora con brujos.
La señora Murillo quiere articular y dirigir el pensamiento religioso del pueblo. Monta un conjunto de signos “religiosos” como los árboles de la vida, entre otros, para convocar sus vibras a su favor. También organizó una estrategia para manejar el liderazgo de la Iglesia con la religiosidad popular.
La religiosidad popular tiene sus grandes raíces en la cultura nicaragüense, está unida al sincretismo entre las cosmovisiones de los pueblos originarios y la tradición cristiana traída hace 500 años con la conquista española, legitimada por la Iglesia católica.
Estas expresiones del sincretismo religioso las podemos observar en las grandes manifestaciones como la fiesta de Santo Domingo de Guzmán en Managua, San Benito en León, San Jerónimo en Masaya. Los responsables de organizar, coordinar y animar estas celebraciones son los laicos. El liderazgo de dichas festividades no lo lleva la jerarquía eclesiástica, sino más bien son los cofrades, que son gente laica e independiente de las orientaciones pastorales de la Iglesia. Es aquí donde la pareja Ortega Murillo ha querido manipular su liderazgo.
La estrategia montada por el orteguismo estaba dirigida a los secretarios políticos, alcaldes y en conjunto a los líderes del partido de gobierno. Estos tenían que hacerse presentes en las celebraciones de la religiosidad popular, participar en los comités de pastoral y cofradías para orientar el contenido ideológico de las celebraciones. Es decir, en una palabra: Infiltrarse.
Por otra parte, la dirigencia orteguista organizó a un grupo de personas para que “acompañen” a los sacerdotes y les apoyen económicamente en sus necesidades: ofreciendo ayuda para reparar los templos, construir casas curales, compra de vehículos y así, mantener al clero a su favor, controlando el mensaje crítico que pudiera darse en sus predicaciones.
Estas dos estrategias han fracasado para la pareja presidencial. La insurrección de la conciencia del pueblo de Nicaragua en abril del 2018 puso a la mayoría de los fieles, con sus sacerdotes y obispos solidarios con el pueblo insurrecto. Por este motivo, la estrategia del oficialismo se vino abajo.
Ciertamente, algunos sacerdotes y obispos se han mantenido cercanos a los Ortega-Murillo. Monseñor Sándigo, por ejemplo, en la homilía de la Patrona de León hizo una reflexión legitimadora de la doctrina de la vicepresidenta. Esto le permitió salir con la procesión de la Virgen de La Merced el pasado 24 de septiembre. También hay otros casos de curas afines al actual régimen. Pero en conjunto, la Iglesia sintoniza más con el relato de la oposición: Defensa del estado social de derecho, protección de los derechos humanos -en primer lugar, la vida y su libertad-, la participación democrática y el pluralismo político, para lograr una sociedad en justicia y bienestar para todos.
El argumentario del régimen parte de otros principios. Propone independencia, soberanía nacional, autodeterminación de los pueblos y partido único, como instrumente de organización y participación política. Evidentemente, los relatos del oficialismo y la oposición no convergen. Entre ellos hay una oposición radical. Por más que el cardenal-arzobispo de Managua diga que la Iglesia aboga por el diálogo; la divergencia y contraposición de visiones no favorece esa propuesta. El pensamiento de la Iglesia se articula con la cultura occidental marcada por la presencia cristiana, sobre todo por el catolicismo.
Por su parte, el régimen se articula con otras culturas. Pueden estar pensando en la tradición de la Iglesia ortodoxa. Esta tradición religiosa históricamente se siente bien unida a los poderes políticos de cada país.
Hoy, la Iglesia ortodoxa está unida a la política promovida por Vladimir Putin en Rusia. No tiene un liderazgo universal como el que ejerce el Papa y el Vaticano; por ello es más manipulable por los gobiernos de turno.
El régimen de Ortega-Murillo también se quiere articular con China. Estos últimos adversan a la cultura occidental, y más a la Iglesia católica desde el siglo XVI, porque ve en el catolicismo la expansión de los pueblos occidentales con su dominación ideológica en contra su propia realidad cultural. China no tiene relaciones abiertas con el Vaticano. Para controlar esta influencia cultural provocó la división de los católicos, creando la Iglesia patriótica favorable al régimen comunista.
Otro país con el cual el régimen orteguista quiere tener buenas relaciones es con Irán. Una teocracia islámica, muy opuesta a la tradición propia de la cultura de Occidente.
En estos países antes mencionados no rige el Estado social de derecho al estilo soñado por la oposición nicaragüense, ni la democracia formal con la libre participación de los ciudadanos, y menos la defensa de los derechos humanos como una política estatal. Por ello, los proyectos del oficialismo y la oposición no convergen.
¿Cuál es la estrategia ideológica-religiosa promovida por la pareja en este momento?
Primero, controlar el liderazgo de la Iglesia católica en todas sus expresiones, sobre todo en sus manifestaciones públicas y sociales: procesiones, encuentros, celebraciones masivas, etc. El régimen ve que detrás de esas expresiones religiosas una manifestación la cultura dominante de Occidente, que es la que trata de promover la oposición azul y blanco.
En segundo lugar, controlar a los líderes religiosos. Reprimir y encarcelar a los más significativos. Es el caso de monseñor Rolando Álvarez. Intimidar, restringir cualquier acto político o religioso que pueda transmitir un pensamiento distinto al del oficialismo.
A la vez, busca destruir en la conciencia del pueblo y el liderazgo de la Iglesia católica universal, el Papa, cardenales y obispos. Para ello, el orteguismo ofrece a sus fanáticos una lectura sesgada y malinterpretada de la historia de la Iglesia, presentándola como una institución corrupta, por los grandes errores cometidos a lo largo de su bimilenaria existencia y con la que no vale la pena mantener relaciones.
El orteguismo considera que romper con el liderazgo católico no es un problema, si se promueve la práctica religiosa que respete la visión ancestral de nuestros pueblos unida a un sincretismo con las tradiciones de la religiosidad popular católica si éstas escapan del liderazgo de los sacerdotes, obispos, y del Papa. Una religión nacional donde ella, la vicepresidenta Rosario Murillo, vaya dando los criterios de conducta para esa práctica de un esoterismo sincrético. ¿Lo logrará? La base de su feligresía puede ser los sectores más empobrecidos del pueblo beneficiados con algún proyecto asistencialista del orteguismo, y el amplio sector evangélico, arraigado entre los más abandonados y empobrecidos del país. Estos, por su falta de formación, carecen de una conciencia crítica; y por el fundamentalismo que les define, buscan protección en la lógica de los señores que mantienen el poder.
Para la Iglesia católica, esta situación puede ser un tiempo de crecimiento y madurez en la fe. Si sus líderes no sucumben en la tentación.
Hay ejemplos en México, en tiempo de los cristeros. Se fortaleció la fe católica, se liberó de esas manifestaciones masivas y se abrió un proceso de personalización de la fe y del compromiso cristiano. La familia jugó un papel muy destacado en este proceso de resistencia.
En España, durante la dictadura de Francisco Franco nació una Iglesia comprometida con los derechos humanos desde la clandestinidad, que dio muchos frutos en la transición a la democracia.
Si sabemos leer la Biblia podemos encontrar ejemplos tanto o más difíciles que los nuestros en los cristianos de los primeros siglos. La fe se fortaleció en la clandestinidad. No fue un tiempo de profetismo abierto, sino de mantenerse firme en la esperanza cristiana y en la práctica de un amor solidario, que invita a una firme resistencia contra la injusticia y el mal, confiando en la acción liberadora de Dios.
La profesión de fe que nos trasmite el libro de El Apocalipsis es esta: En manos de Dios está puesta nuestra esperanza, Él va hacer justicia en la medida que el pueblo se mantenga fiel a los grandes valores de la solidaridad y el amor fraterno. Jesús ya ha triunfado y con él todos los que han sido fieles a su causa y han entregado su vida víctimas de la persecución y la injusticia. Estos estarán con él para hacer justicia contra los que han oprimido al pueblo y arrasado la tierra. Confiemos y vivamos unidos en la práctica del amor porque el futuro está de nuestra parte. Mantengamos viva la esperanza. La justicia vendrá antes que tarde.
(*) Sacerdote católico.