Redacción AP

El plan parecía una locura demasiado simple. Se trataba de tomar el Palacio Nacional de Managua a plena luz del día y con sólo 25 personas, mantener de rehenes a los miembros de la Cámara de Diputados de esa época y obtener como rescate la liberación de todos los presos políticos.

El Palacio Nacional era el teatro, un viejo y desabrido edificio de dos pisos con ínfulas monumentales, ocupa una manzana entera con numerosas ventanas en sus costados y una fachada de columnas hacia la desolada plaza de la República, nombrada plaza de la Revolución, posteriormente tras caer la dictadura somocista.

Una mujer y dos hombres al mando del operativo

La responsabilidad de la operación recayó en tres personas. Edén Pastora, controvertido personaje a quien llamaron “comandante Cero”. Luego Pastora combatió contra el sandinismo y posteriormente se transformó en guerrillero de «pros» y «contras», con la fundación de la Alianza Revolucionaria Democrática (ARDE) en 1982.

Desde que llegó Daniel Ortega y Rosario Murillo  al poder, Pastora se convirtió en reclutador de antiguos militantes del FSLN para formar nuevos grupos de apoyo a la dictadura orteguista. 

A fuerza de balas y fuego acalló a cientos de voces opositoras y así devolver «la tranquilidad a Ortega» y su círculo de poder, a costa de ejecuciones extrajudiciales reprochadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). 

El asalto al Palacio también tuvo como líder a Hugo Torres Jiménez, un veterano guerrillero que, con solo treinta años, contaba para ese entonces con una formación política tan eficiente como su formación militar y quien falleció convertido en preso político del dictador Ortega.

Había participado en el célebre secuestro de una fiesta de parientes de Somoza, en 1974. Le habían condenado en ausencia a treinta años de cárcel y desde entonces vivía en la clandestinidad absoluta. Su nombre, igual que en la operación anterior, fue el número «uno».

Torres fue uno de los líderes emblemáticos de la revolución sandinista, murió el 13 de febrero, tras ocho meses de ser apresado por la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Sus familiares confirmaron que el «comandante uno», falleció a los 73 años, luego de que dirigentes opositores y organismos de derechos humanos denunciaron por semanas dudas sobre su paradero y su mal estado de salud.

Una figura histórica en la lucha revolucionaria fue Dora María Téllez, una estudiante de medicina reclutada por el FSLN quien combatió en el Frente Norte, que se movía en la región norte de Nicaragua, diseñando insurrecciones en zonas urbanas de Nicaragua. A Téllez se le conocía como la “comandante dos”.

Téllez fue inmortalizada en la crónica de Gabriel García Márquez del asalto al Palacio Nacional describiéndola como «una muchacha muy bella, tímida y absorta, con una inteligencia y un buen juicio que le habrían servido para cualquier cosa grande en la vida».

Ese operativo puso al descubierto la vulnerabilidad del régimen -como el actual- y miles de jóvenes se unieron al movimiento sandinista, que finalmente contribuyó a la caída de Somoza.

Después del triunfo de la revolución, Dora María fungió como Ministra de Salud del primer gobierno sandinista y también fue vicepresidenta del Consejo de Estado y diputada de la Asamblea Nacional. También fue Secretaria Política del FSLN en Managua.

En 1995, desencantada con el rumbo que tomaba Daniel Ortega, fundó el Movimiento Renovador Sandinista (MRS) junto con Hugo Torres y Víctor Hugo Tinoco, entre otros.

Actualmente es presa política de la dictadura Ortega-Murillo. Dora María de 66 años, luce pálida, delgada y muy envejecida, ha perdido unas 16 libras de peso, su piel está casi traslúcida, se pueden ver incluso sus venas, según un retrato hablado de la campaña Sé Humano.

Junto a la combatiente histórica, la dictadura Ortega-Murillo mantiene en las cárceles a 190 presos políticos, entre ellos periodistas, precandidatos presidenciales opositores, estudiantes, campesinos y defensores de derechos humanos, según datos del último informe del Mecanismo para el Reconocimiento de Personas Presas Políticas.

 Las negociaciones con el dictador

El dictador Anastasio Somoza Debayle, el cuarto de la dinastía que oprimió a Nicaragua por más de cuarenta años, conoció la noticia del asalto al Palacio en el momento en que se sentaba a almorzar en el sótano refrigerado de su fortaleza privada. Historiadores cuentan que su reacción fue ordenar que se disparara sin discriminación contra el Palacio Nacional.

Así se hizo. Pero las patrullas militares no pudieron acercarse porque las escuadras guerrilleras los rechazaban con un fuego intenso desde las ventanas de los cuatro costados del edificio. Durante quince minutos un helicóptero disparó ráfagas de metralla contra las ventanas y alcanzó a herir a un guerrillero en una pierna: el número 62.

Veinte minutos después que ordenara el asedio, Somoza recibió la primera llamada directa del interior del Palacio Nacional. Era su primo Palláis Debayle, que le transmitió el primer mensaje del FSLN: o paraban el fuego o empezaban a ejecutar rehenes, uno cada dos horas, hasta que se decidieran a discutir las condiciones. Somoza ordenó entonces suspender el asedio.

Poco después, otra llamada de Palláis Debayle le informó a Somoza que el FSLN proponía como intermediarios a tres obispos nicaragüenses: monseñor Obando y Bravo, arzobispo de Managua, que ya había sido intermediario cuando el asalto a la fiesta de somocistas en 1974; monseñor Manuel Salazar y Espinosa, obispo de León, y monseñor Leovigildo López Fitoria, obispo de Granada.

Los tres, por casualidad, se encontraban en Managua en una reunión especial. Somoza aceptó. Más tarde, también a instancias de los sandinistas, se unieron a los obispos los embajadores de Costa Rica y Panamá.

La comandante Téllez, negoció con obispos, embajadores y Somoza. Pedían la libertad inmediata de todos los presos políticos; la publicación, por todos los medios, de los partes de guerra y de un comunicado político; el retiró de agentes armados a más de 300 metros del Palacio Nacional; aceptación de todo cuanto pedían los empleados en huelga del gremio hospitalario; diez millones de dólares y garantías para que el comando y los presos liberados viajaran a Panamá, una vez logrado el acuerdo.

Somoza envió al Palacio Nacional tres respuestas escritas impecablemente en máquina eléctrica, pero todas sin firma y redactadas en un estilo informal plagado de ambigüedades astutas. Nunca hizo una contrapropuesta, sino que trataba de eludir las condiciones de los guerrilleros. La astucia política de Dora María, Hugo y Pastora logró que el operativo fuera un éxito político.

25 sandinistas, cinco negociadores y cuatro rehenes abandonaron el Palacio Nacional con rumbo al aeropuerto. Los rehenes eran los más importantes: Luis Palláis Debayle, José Somoza (hermano del dictador Somoza), José Antonio Mora y el diputado Eduardo Chamorro.

A esa hora, 60 presos políticos de todo el país estaban a bordo de los dos aviones llegados de Panamá, donde todos habían de pedir asilo pocas horas después.

La «Operación Chanchera», según los sandinistas, fue el principio del fin de la dictadura de Somoza Debayle. Ahí estuvo Dora María Téllez.