Erica Vanessa tenía 22 años y demasiados cupones en la rifa para ser una víctima. Era
nicaragüense y, desde hace dos años inmigrante en España. Y en la macabra ruleta del infortunio, terminó por salirle al paso la muerte por el ticket que mayor probabilidades ofrece siempre: ser mujer.

Leo estos días en las numerosas crónicas de los medios esbozos de su perfil que cuentan una historia tan conocida, tan repetida, tan dolorosa, que apenas si sorprende el triste y prematuro final que ha tenido a manos de un terrorista, porque la violencia machista es terrorismo en estado puro, que decía haber sido su marido y que, como tantas otras veces, solo fue su verdugo.

Imagino a un chavala de apenas 20 años buscando una salida de un país-cárcel sin
oportunidades para nadie que no baile al son de los criminales de El Carmen. Tomar la difícil decisión que implicaba dejar a la criatura a la que había estado criando. Conseguir la plata para el vuelo, endeudarse. Pasar el miedo del viaje, el temor a pasar la siempre hostil frontera.

Vecinos del pueblo de Utrera (Sevilla) en la concentración de repulsa del asesinato de la nicaragüense Erica Vanessa. Foto: Asociacion Nicaragüense Sevilla – España

El vértigo a empezar de nuevo apenas sola, sin más caras conocidas que la de su hermana. Los trabajos precarios para una sin papeles, los abusos laborales, el clima castigador del verano inclemente de la campiña sevillana y el frío que cala hasta los huesos de sus atroces inviernos. Esfuerzo y sacrificio, muchas dudas, pero había que salir adelante. La ilusión en algún momento por una relación sentimental que empezaba, la decepción y, tal vez, el miedo a lo que terminó sucediendo. ¿Podría haber pasado alguna vez por su cabeza, allá en la lejanísima Talolinga donde hoy la lloran, un futuro casi inmediato tan injusto, tan cruel?

Ignoro qué idea de España tenía Erica Vanessa antes de emprender su último viaje, si alguna vez pensó que en este país también se mata a las mujeres por el único motivo de serlo. Y así le tocó a ella, como le podía tocar a cualquiera, como le seguirá tocando a muchas otras. Cuarenta y nueve mujeres fueron asesinadas el año pasado en España a manos de sus parejas o ex parejas. Hasta el momento en el que escribo esto 2023 arroja ya la terrible cifra de 31 víctimas mortales y solo en el recién terminado mes de julio se ha alcanzado la tremenda cifra de ocho muertas, de las que, por el momento, Erica Vanessa es la última. Y no es casual este aumento, esta cifra creciente que asusta.

El exdelegado del Gobierno contra la Violencia de Género Miguel Lorente , una referencia indiscutible en este país en la lucha contra el terrorismo machista, afirmaba hace unos días que el aumento del número de casos coincide con los discursos negacionistas que se han estado intensificando durante estos meses de campaña electoral. Asistimos a un cuestionamiento cada vez más intenso de la existencia de la violencia machista, a un blanqueamiento que desde la ultraderecha española se viene insistiendo desde un negacionismo tramposo bajo el argumento de que toda la violencia es igual por lo que no procedería, por tanto, una diferenciación a la hora de luchar contra ella. Un argumento demagógico y obsceno que ha ido calando en la sociedad proporcionalmente, me temo, al número de mujeres asesinadas.

Demasiada controversia y debate ante un problema real y bien identificado, demasiada justificación política que para los que nunca creyeron en la igualdad y miraron siempre a las mujeres como personas de segunda, ahora encuentran un referente público en el que se sienten legitimados en su monstruoso pensamiento. La ultraderecha ha encontrado su espacio en los medios de comunicación y en las redes para esparcir su mensaje infame y allá donde ha logrado acceder a instituciones, está llevando a la práctica una política que, si hubiera valentía en este país, debería ser considerada constitutiva de delito. Porque negar el terrorismo machista, como hacen partidos como VOX, debería ser motivo más que suficiente para su ilegalización. Porque pactar con ellos, como ha hecho el Partido Popular, a cualquier precio, aunque este sea la eliminación de las áreas de Igualdad en ayuntamientos o comunidades autónomas y aunque luego se quiera insistir en que ellos sí creen que existe la violencia machista y luchan contra ella, abrirles las puertas, es hacerlo al abismo.

Se ha banalizado mucho en los últimos tiempos en España la lucha activa contra este tipo de terrorismo tan específico. Y uno no deja de asombrarse de tanto discurso que termina por restarle gravedad al asunto. Por acción u omisión. Hace pocos días, sin ir más lejos, veíamos una escena vergonzosa en el programa Todo es mentira en el canal español Cuatro protagonizada por todo un eurodiputado como es Javier Nart , al que tanto gusta presumir su foto herido en el Frente Sur de Nicaragua cuando estuvo luchando, dice, con los sandinistas contra Somoza. Nart, que ha esgrimido siempre un discurso impoluto contra la actual dictadura de los Ortega Murillo, justificaba que en una localidad de Murcia VOX y el Partido Popular hubieran sustituido la concejalía de Igualdad por la de Familia. Argumentaba que el nombre no importaba,
que lo importante era el contenido de las políticas. Nart fue a por lana, he podido leer, y salió trasquilado porque en el mismo programa, ante su incomodidad manifiesta, se lo dejaron muy claro.

Raquel Esteve, miembro de la asociación Mujeres con Nombre, quien estaba presente también en el espacio, le explicó al señoro eurodiputado. “La diferencia fundamental la estamos viendo ya, de hecho. Nosotras asistimos al CAVI, que es un centro de atención a víctimas. Es un sitio donde nos atienden, nos ayudan a sanar, nos ayudan a seguir hacia delante, nos dan información, terapia psicológica y asesoramiento jurídico», explicaba Esteve. «En este momento, en ese centro, por poner un ejemplo, ha desaparecido todo tipo de información. Yo, personalmente, acudí, porque tenía una cita, y me resultaba muy llamativo que no aparezca absolutamente nada, que vayas a un
centro de atención a víctimas y no hubiera teléfonos de emergencia, que hayan desaparecido información sobre talleres, sobre los pasos que tienes que dar en una situación así, sobre a quién puedes acudir», proseguía. «Todo ese tipo de cosas ha desparecido y eso es una consecuencia de quitar el nombre de las cosas, de velarlas y ponerlas en un segundo plano. Es algo básico en la vida, el ser humano necesita ponerle nombre a las cosas. Primero, para poder saber qué está pasando. Es nuestro caso, es fundamental. Lo es para reconocer, ubicar y saber qué es lo que estamos sufriendo”.

Flaco favor el de Nart, al que cito por ser el ejemplo más reciente que he podido escuchar, como el de tantos otros contertulios y periodistos, a la lucha por la igualdad en un contexto en el que la batalla por el discurso se traduce también, aunque obviamente esa no sea la intención del eurodiputado, no me cabe duda, en las fúnebres estadísticas.

La Asociación Nicaragüense Sevilla-España pide ayuda para repatriar el cuerpo de Erica Vanessa.

Lo terrible es que en esta batalla por el discurso que mencionaba encontremos también otras situaciones que en nada ayudan y que, del mismo modo, enturbian y desenfocan el problema. Y me refiero a lo surrealista de la gestión de la coalición de Gobierno de España de los gravísimos errores en la redacción de la conocida como Ley del Sí es Sí, concebida, estoy seguro, con la mejor de las voluntades, pero que tristemente ha permitido que numerosos agresores sexuales hayan visto reducidas de manera considerable sus penas ante la soberbia de su promotora, la todavía ministra de Igualdad, en funciones y ya de salida, que se ha negado por activa y por pasiva a reconocer su error. Y quienes han guardado un silencio cómplice ante la tremenda metedura de pata de Irene Montero en nombre, imagino, de una mal entendida política de “no agresión” entre camaradas. Eché mucho de menos en las manifestaciones del 8 de Marzo, yo apenas los vi, mensajes denunciando la excarcelación de violadores por este disparate jurídico, del mismo modo que en el Encuentro Internacional Feminista, realizado en febrero pasado en Madrid, hasta donde me cuentan, poco o nada se habló sobre el asunto.

Un ecosistema, el que se está configurando en España azuzado sobre todo por una
ultraderecha que los crédulos creíamos muerta y enterrada ya fuera de Cuelgamuros, que poco ayuda a señalar, a nombrar con credibilidad, cuál es el problema para poder seguir avanzando en las soluciones que, por una vez, impidan que el ser mujer sea el cupón con más posibilidades para tener un dramático final como el de Erica Vanessa.

Foto portada: Asociación Nicaragüense Sevilla – España