Si ha visto a la Llorona, al padre sin cabeza o incluso a la mokuana deambular por las calles de Monimbó y bailando al ritmo de los chicheros no tenga miedo. Al menos hoy que es el último viernes de octubre. Desde hace varias décadas, allá por mediados del siglo XX, esta es su noche, la de los Agüizotes.

El profesor monimboseño Gabriel Leónidas Putoy Cano enmarca esta tradición nicaragüense con las fiestas patronales en honor a San Jerónimo.

Pero no se equivoquen. Los Agüizotes no es Halloween. Aquí no hay ni truco ni trato y los espectros que vagan por las calles de Masaya no son los asesinos en serie de las películas gringas, ni Freddy Krueguer, ni siquiera Michael Mayers.

Una fiesta que implica a toda la población de Masaya y en la que contrasta lo terrorífico de las máscaras de los propios espantos con la música alegre, desenfadada y burlesca de los chicheros.

Pero la de los Agüizotes, como tantas otras celebraciones en Nicaragua, se ha visto muy afectada en los últimos tiempos por la realidad que vive hoy el país, con unos auténticos seres de espanto que no necesitan máscara subyugándola desde El Carmen.

Esta tradición, la de los Agüizotes, viene siempre precedida, en la noche de jueves, con la conocida como «Vela del Candil» cuando a la ténue luz de candiles se velan los trajes y máscaras que se usarán la noche siguiente. Así que si, como les decíamos al principio, esta noche del último viernes de octubre se cruzan con uno de estos espantos, bailen con él.