El reciente anuncio de la artista Mon Laferte de una actuación el próximo abril en Managua nos vuelve a traer al debate público cuál es el papel que deben jugar artistas e intelectuales -no son lo mismo- en cuanto a la implicación social y el compromiso ante asuntos sociales y políticos. Presuponemos una postura pública a la cantante, al actor o a la escritora, algo distinto a lo que podríamos esperar del dependiente de una tienda de electrónica, un chofer de autobús o una empleada doméstica. Nadie exige al vendedor de carros o a la frutera, cuando vamos a comprar un kilo de naranjas, que exprese su opinión sobre la situación de Palestina o Ucrania, menos aún sobre Nicaragua aunque forman parte de la misma sociedad que los artistas y eso nos podría llevar a pensar que, independientemente de la profesión o dedicación laboral, como ciudadanos, siempre hay un deber ético o, al menos, la opción de adoptarlo. Dando por válido este planteamiento, no es menos cierto que el nivel de responsabilidad social no es el mismo para todos los ciudadanos porque, no nos engañemos, la repercusión de las acciones según quién sea el que las ejecute, no es nunca la misma. Por eso, ante el aluvión de críticas que ha recibido la cantante chilena Mon Laferte ante su sorpresivo anuncio de actuar en una Nicaragua sometida al yugo de una férrea dictadura, conviene reflexionar otra vez sobre el asunto.
No son pocos los artistas que sin mayor remordimiento han actuado en Nicaragua desde abril de 2018. En el país se han seguido produciendo conciertos que han contribuido indirectamente a la estrategia de la dictadura de normalizar, dentro y fuera, una situación que no es normal. A veces se han elevado críticas a los artistas para los que subirse a un escenario en Nicaragua no es distinto a hacerlo en San José, en Bogotá o en Buenos Aires. El business es el business por lo que cada actuación, allá donde sea, es para hacer caja, para vender un producto a quien tenga la plata para comprarlo.
Es su trabajo y, más allá de otras consideraciones en el resbaladizo terreno de la ética, en su derecho están. Aunque a veces pasan también cosas inesperadas, como en el concierto de Pandora y Flans en marzo de 2023, cuando al régimen no le gustó que interpretaran el Nicaragua, Nicaragüita, algo que igual fue hasta inocentemente.
A muchos cantantes no se les puede pedir otra cosa. Pero hay artistas de artistas y no todos son iguales, no todos se han limitado en sus trayectorias a componer canciones más o menos exitosas y pegadizas y no todos han basado sus carreras exclusivamente en vender un producto estrictamente musical. Y es aquí, justo en este punto, en el que duele especialmente que Mon Laferte haya sorprendido a muchos de los que la seguimos, la escuchamos, la admiramos. Porque Mon Laferte forma parte de esos artistas que en algún momento de sus carreras decidieron ir más allá, tomaron conciencia de altavoz que suponía su posición y tomaron partido. Y cuando eso se decide hacer, no hay marcha atrás.
Aunque no sea deseable que artistas internacionales actúen en las condiciones que hay ahora mismo en Nicaragua, insisto en que no podemos esperar de muchos de ellos algo distinto. Se puede criticar a músicos como, por ejemplo, el colombiano Camilo por ofrecer un concierto en Nicaragua el año pasado pero, pensándolo bien y siendo honesto ¿qué se puede esperar de alguien que canta canciones con letras como “no es vida de rico, / pero se pasa bien rico / Y si en la casa no alcanza pa’l aire, / te pongo abanico”. No. A Camilo, valga el ejemplo, no se le puede pedir, con la misma contundencia, lo que sí se hace a Mon Laferte: que reconsidere su decisión de actuar en Nicaragua. Porque a Mon Laferte lo que se le exige no es otra cosa que coherencia.
Hoy recuerdo cuando en la alfombra roja de los Premios Grammy Latinos de 2019 la cantante mostró un mensaje escrito en su piel desnuda en el que se leía: “En Chile torturan, violan y matan”, denunciando así la violencia ejercida por el ejército y la policía contra los manifestantes, así como las vulneraciones a los derechos humanos que se dieron durante la crisis en su país natal. Llevaba también ese día un pañuelo verde, símbolo de la lucha por la legalización del aborto. Algo que nos resulta dolorosamente familiar hablando de Nicaragua.
No creo que haga falta recordar también un momento memorable, un hito en la lucha feminista latinoamericana en los últimos años como es Canción sin miedo, de la mexicana Vivir Quintana, compuesta a sugerencia de la propia Mon Laferte para una presentación en el Zócalo de la Ciudad de México, el siete de marzo de 2020, en conmemoración del Día Internacional de la Mujer. Ese himno que no deja de erizarnos la piel cada vez que se escucha ha sido la banda sonora de las marchas feministas desde entonces en toda América Latina menos en Nicaragua donde cualquier manifestación pública está prohibida y las feministas son objetivo militar prioritario del régimen opresor. Me puedo imaginar cómo ha debido caer el anuncio del concierto de Laferte entre esas feministas nicaragüenses que hicieron su propia versión de Canción sin miedo, y que circuló por redes.
Estos son algunos de los motivos por los que es legítimo exigirle a Mon Laferte una rectificación. Porque alguien que escribe una canción que se llama Democracia en la que dice “Tú no tienes la culpa de la violencia y de la matanza / Tú no tienes la culpa de la masacre a los estudiantes / La democracia, la democracia /¿Pa’ dónde fue? ¿Quién se la robó?” ha contraído un compromiso también con los nicaragüenses a los que les robaron la suya.
No creo que Mon Laferte hubiese cantando en el Chile de Pinochet, en la Argentina de Videla o en la España de Franco. Espero que no tengamos que llevarnos el mal trago de verla en un escenario de la Nicaragua de Ortega y Murillo y precisamente en un mes de abril. Necesitamos voces como la suya, artistas comprometidas con la justicia y los derechos humanos. Ojalá que Mon Laferte no se nos caiga en un tiempo en el que la coherencia y la decencia están tan devaluadas en el mundo. Cuando más falta nos hacen.