Los de arriba promueven una celebración ruidosa, demagógica, manipuladora, vacía del contenido de la Nicaragua profunda, apelando a fechas, héroes y reconstrucciones pétreas que hagan olvidar las rebeliones populares que acompañaron la Independencia.

Los de abajo resistimos de diferentes acciones llenas de contenidos que aportan a la transformación y la emancipación desde el cuerpo, la mente y la colectividad. En esas dos Nicaraguas surge la pregunta: Patria, ¿para quién?

No discutiré si a lo largo de estos 201 años los países centroamericanos han sido realmente independientes y soberanos.

Más bien interesa reflexionar sobre el significado de ser personas hijas de una patria, la Nicaragua, joven, en construcción y en crisis permanente. En este mes es común exaltar los llamados “valores patrios”, se suele pensar que están referidos a la identificación con los símbolos asociados: la bandera, el himno, la flor o el pájaro nacional. Otras personas piensan que los valores patrios son el respeto a los próceres y a las tradiciones y creencias más comunes del país.

En lo que hay coincidencia es en que el valor patrio por excelencia es el patriotismo, el amor a la patria. Sin embargo, en no pocas ocasiones a lo largo de nuestra historia, este amor a la patria ha sido mal comprendido o tergiversado, entendiéndose como lealtad ciega a los gobernantes y dictadores y aceptación incondicional de las políticas que impulsan.

En contrapartida, las personas críticas, las que se oponen a los abusos del poder y defienden los derechos que los gobernantes y las minorías privilegiadas niegan a muchos de nuestros compatriotas, fácilmente han sido y son tildados de vendepatria, enemigos internos de la nación.

La historia de Nicaragua está marcada por la confrontación entre los intereses de las élites políticas y económicas, y el bien común. Una confrontación que se ha saldado con la exclusión de la mayoría de la población de las decisiones políticas, los beneficios económicos y el desarrollo humano. Una pugna en la que quienes ostentan el poder dicen ser verdaderos patriotas y acusan al resto de vendepatrias, traidores, vagos, entre otros peyorativos.

En este marco, la mayoría excluida ha mostrado con creces su amor a su patria: trabajando de sol a sol para producir los alimentos que consume el país, a pesar de que ello no les permite más que sobrevivir; saliendo a trabajar cada día por un salario que no alcanza para adquirir la canasta básica; formando a la niñez y a la juventud con gran entrega y generosidad en condiciones inadecuadas y sin los instrumentos necesarios; también es necesario reconocer que no todas las personas que laboran en las instituciones de la dictadura son afines, hay quienes por sobrevivir están ahí, en su momento tendrán que tomar una decisión. Todas estas personas son rehenes de un sistema inhumano y tan colonialista como lo que tanto odian pero que muy en el fondo les encanta.

Por amor a la patria, no pocos han tenido que abandonarla, por su seguridad o por necesidad para buscar en otro lado lo que acá se les niega, y desde allá envían las remesas que mantienen a flote la economía nacional y la de sus familias.

En otras palabras, la gran mayoría, tanto fuera como dentro del país, muestra su patriotismo sin necesidad de reconocimientos, y se sienten orgullosos de ser nicaragüenses, aunque su patria los excluya. Ahora bien, en los tiempos de crisis, en las encrucijadas históricas, el patriotismo se expresa buscando el mayor bien para la gente, para toda la gente, pero en especial para quienes han sido despreciados y marginados históricamente.

También señalando las decisiones autoritarias y contrarias al bien común y a la construcción de un país sin miseria y sufrimiento. Este patriotismo, por supuesto, nunca será entendido por el poder, porque se convierte en una piedra en el zapato que estorba a la hora de emprender proyectos excluyentes y antidemocráticos.

 Debido al contexto de represión que vive Nicaragua, el nombre del autor es anónimo.