Por Julia Ortiz

Llegaron a Guatemala el 5 de septiembre de este año 25 mujeres entre el grupo de 135 personas excarceladas políticas, cargadas de emociones e incertidumbres, pero con mucha fe y gratitud. Arribaron por gestión del Gobierno de Estados Unidos, con el apoyo de su homólogo guatemalteco y Naciones Unidas.

La información fue dada a conocer mediante un comunicado del Departamento de Estado de los EEUU, que se abstuvo de publicar los nombres de las personas beneficiadas con la medida. Días más tarde, un comunicado de la Corte Suprema de Justicia oficializó el despojo de nacionalidad y bienes del mismo grupo, sin especificar nombres de las personas afectadas.

Las mujeres y algunos hombres del grupo con quienes conversamos, coinciden en que previo a su salida del país, fueron advertidas por sus captores de que «si hablaban de más, sus familiares en Nicaragua pagarían las consecuencias». Reconocen que pese a la distancia sienten temor por la crueldad y falta de escrúpulos con que opera la dictadura Ortega- Murillo.

Dejamos de lado la entrevista formal para dar paso a una conversación más espontánea que deja fluir el dolor y la enorme capacidad de resiliencia con la que resistieron su injusto cautiverio.

Aún conmovida, una de ellas cuenta: «Cuando me sacaron de mi casa, yo estaba preparando el desayuno de mis niños». Otra recuerda: «Dijeron: Ve, y la familia es sandinista, pero aquí eso vale v@#g^”. Una más explica que «primero nos tuvieron en la Estación III de la Policía, pero a nuestras familias no les decían dónde estábamos y a nosotras que nadie nos estaba buscando, hasta que nos llevaron al Establecimiento Penal Integral de Mujeres (EPIM)», comparte.

No todas las funcionarias son iguales; algunas mostraron un poco de humanidad y vulnerabilidad afirman. Las excarceladas sabían que no eran sus amigas, “pero algunas fueron amables, aunque sea por momentos», señalan. A veces, “parecían conmovidas, pero también se advertía que si sus superiores se daban cuenta de la menor cosa, todas la iban a pagar muy caro. Unas hasta decían que las iban a meter con nosotras», agregan.

La mayoría de carceleras eran crueles, se burlaban todo el tiempo, las amenazaban, «parecían disfrutar cuando en las visitas veían sufrir a las criaturas (niños y niñas), buscaban cómo grabarles sus caritas llorando», explican. «Nos enfermábamos de tanto llorar, llorábamos antes de las visitas, cuando las visitas terminaban y cuando nuestros familiares se habían ido; era muy duro», recuerdan.

Las excarceladas narran que una vez les dieron laxantes en la comida, «y muchas veces nos salían pelos, moscas y cucarachas, más de una vez nos pusimos en huelga y dejamos de comer; entonces las funcionarias decían que iban a mejorar la comida, a veces de verdad lo hacían y pasaban exhibiendo la comida para hacernos desistir, pero no lo lograban». También trataban de crear división entre ellas, “sea haciendo comparaciones o diciendo que nos castigaban por culpa de las otras».

Con quienes conversamos, dicen que «a tres las pusieron en una de las peores celdas; no les dejaban pasar ni papel higiénico y casi siempre las dejaban de últimas con la comida».

Para ellas,  la estrategia y órdenes de la dictadura para quebrantarlas eran claras, por eso la vigilancia era permanente y la mayoría de custodias sacaba lo peor de su humanidad para hacerlas cumplir. Todo lo que dignificara y humanizara a las rebeldes estaba prohibido y era castigado: hablar entre ellas, arreglarse, cuidarse unas a otras, compartir comida o lo que fuera, reírse o protestar. Les daban uniformes sucios; las amenazaban constantemente con quitarles las visitas familiares, enviarlas a celdas de castigo o separarlas. Pero la capacidad de resistir de forma colectiva y la sororidad entre las mujeres, siempre encuentra maneras para florecer, incluso pese al miedo.

Una de las fuentes de fortaleza para resistir, cuando la desesperación les invadía, fue para las hoy ex presas políticas, refugiarse en sus creencias religiosas, como leer la Biblia, orar y rezar. Se aferraron a su fe, la hicieron parte de sus rutinas; por las mañanas evangelios y por las noches salmos. “Líbrame de los que me persiguen, porque son más fuertes que yo. Saca mi alma de la cárcel, para que alabe tu nombre;me rodearán los justos, porque tú me serás propicio»: Este fragmento del Salmo 142, lo tienen presente estas mujeres.

Unas más tímidas que otras, pero cuando se trató de reclamar atención médica para salvarle la vida a una compañera o defenderla de abusos, cada una hizo lo propio. Lo mismo que para reclamar por las visitas familiares o protestar por la comida, juntas ganaron pequeñas y grandes batallas, conscientes que como ellas mismas dicen: «estamos privadas de nuestra libertad pero no de nuestros derechos y no vamos a dejar de reclamar».

Durante varios meses, por las noches, se escuchó la voz de las castigadas del Pabellón Seis, gritando: «Separadas pero juntas». Esta poderosa y emotiva frase fue de celda en celda y aunque no pudieran verse, las hizo sentirse acuerpadas. Una de las noches, desde una de las celdas más alejadas, una respuesta inesperada irrumpió con fuerza: «Yo soy Evelyn Susana Guillén Zepeda y las escucho; separadas pero juntas mujeres, bendiciones».

El canto de la misa campesina de los hermanos Mejía Godoy se escuchó en el Establecimiento Penal Integral de Mujeres (EPIM). «Como estos pajarillos hoy te canto Señor, pidiéndote nos unas en fuerzas y amor. Te alabo por mil veces porque fuiste rebelde, luchando noche y día contra la injusticia de la humanidad, luchando noche y día contra la injusticia de la humanidad». 

Con su voz, Evelyn hacía estremecerse las almas de reclutas y funcionarias, mientras cantaba con devoción la misa campesina. A pesar de los estragos que ha causado en ella el cautiverio al que ha sido sometida, su coherencia e histórica militancia con la libertad y la justicia, se niega a doblegarse.

Los testimonios de las nuevas desterradas políticas, condensan que en el avión que las trajo a Guatemala también debían estar la líder indígena Nancy Elizabeth Henríquez y Evelyn Susana Guillén Zepeda, pero a Nancy no la llamaron y Evelyn se negó a dejar Nicaragua: «Dijo que ella no se iba, que aún tenía mucho que hacer en Nicaragua». Aseguran que cuando el funcionario del Departamento de Estado de los Estados Unidos pasó lista en el avión, también nombró a otras cuatro mujeres que no venían, incluidas las hermanas que trabajaban en la Corte, detenidas desde abril de este año. «Una de esas muchachas está embarazada; ya debe andar rondando los ocho meses y su esposo que también está preso no lo sabe porque uno de los muchachos que venía con nosotras estuvo en la misma celda con él», explican algunas.

Las secuelas en la salud física, psicológica y emocional de las mujeres son incuestionables; no obstante, su rebeldía y buen humor también se hacen evidentes cuando la memoria evoca momentos que les ayudaron a aligerar la carga, como cuando activaron Radio Bemba: «Aquinaje, aquinaje, se siente la vibración y las malas energías, ¿anda cerca la Troncha toros, o será la Chiquita pedorra?» ¡Más bien parece que es la Heleno! Mientras se resuelve el misterio desde la C5. Saludos especiales para la Motosierra y un agradecimiento a las autoridades que ponen a nuestro servicio a funcionarias del más alto rango para que nos atiendan con esmero. Hasta la oficina de la entrada, el saludo va para Kolashaler. No crea que hemos olvidado a don Apagafuegos, Comisionado Cuasimodo; siempre haciéndose el buen mediador, y a usted también le mandamos su respectivo saludito».

A casi dos meses de extraña libertad, las mujeres antes presas políticas reconocen que la dictadura nunca podrá regresarles el tiempo de vida que les han arrebatado ni a los millones de nicaragüenses a quienes han afectado. La esperanza sigue puesta en la certeza colectiva de justicia y el compromiso por reinventarse para reconstruir la vida y una Nicaragua libre, con justicia y democracia.