Vince Gaynor*
Se dice que las apariencias engañan, pero esa es la excepción. En general, las apariencias reflejan bastante bien el contenido de lo que estamos viendo. La falsa portada de TIME del rostro coronado de Trump bajo el título “Larga vida al rey”, que el propio presidente publicó en redes sociales no tiene ninguna explicación rebuscada. Trump sencilla y realmente desea y meticulosamente planea instalarse como dictador de Estados Unidos para conquistar el mundo. El saludo nazi de Elon Musk no fue ni más ni menos que un saludo nazi. Le encantaría encabezar una dictadura fascista.
Que logren algo de esto o no es completamente otra cuestión. Trump volvió a la Casa Blanca decidido a completar la agenda de extrema derecha que fracasó durante su primer mandato. No se trata de una repetición del pasado: es una etapa superior del mismo proyecto, que cuenta con mayor apoyo del establishment y la burguesía, con un programa más sistemático, y con una base social más cohesionada y movilizada. Pero su ofensiva es un revulsivo social que provoca resistencia y agudiza la polarización y radicalización.
Producto de la crisis global, catalizador del desorden mundial
El ascenso de Trump es inseparable de la crisis sistémica global del capitalismo que estalló en 2008 y ha llegado a un punto muerto. El ascenso global de la extrema derecha representa la desesperación de la burguesía por recuperar la rentabilidad perdida, y su disposición a recurrir a la guerra, el autoritarismo y hasta al fascismo para lograrlo. Trump es producto de este fenómeno, que su triunfo a su vez fortalece.
Sin embargo, esa desesperación también agudiza la competencia interimperialista y el reciente conflicto entre potencias independientemente del signo político de sus gobiernos. El proteccionismo nacionalista del “América primero” de Trump y su catarata de tarifas expresan esta dinámica, que ya acabó con el “nuevo orden mundial” de globalización y libre comercio proclamado por el imperialismo occidental tras la caída de la URSS.
Con ese giro, el nuevo gobierno busca construir una nueva configuración imperialista que le permita a la burguesía estadounidense quedarse con una porción mayor de la plusvalía global a expensas del resto.
En el frente interno, pretende imponer un nivel de explotación cualitativamente superior, lo que implica desatar una guerra abierta contra la clase trabajadora doméstica, para la cual también necesita un aparato de represión y opresión más fuerte y autoritario.
Deriva reaccionaria de la burguesía
Cuando Trump ganó las elecciones en 2016, fue recibido con desconfianza por buena parte de la clase dominante. Enfrentó enormes movilizaciones en su contra y no logró implementar muchas de sus iniciativas. Fue derrotado en 2020, y castigado por sectores del establishment con múltiples causas judiciales. Sin embargo, consolidó una base social radicalizada, mientras los partidos tradicionales se siguieron debilitando.
Pero el gobierno demócrata de Biden que lo sucedió fue una catastrófica decepción. Mantuvo los recortes impositivos para los ricos y la nefasta política migratoria de Trump. Alienó a la clase trabajadora reprimiendo sus huelgas y mostró la cara más bélica y cruel del imperialismo.
Su complicidad descarada con el genocidio sionista en Gaza, así como la represión a estudiantes solidarios con Palestina, terminaron de romper las ilusiones que habían despertado figuras como Bernie Sanders y los Socialistas Democráticos de América. La resultante desilusión de millones facilitó el retorno de Trump, quien esta vez asumió con el apoyo directo de parte importante de la clase dominante y el respaldo del establishment de conjunto.
El sector capitalista de la gran tecnología se ha transformado en su principal sostén. El resto de la burguesía estadounidense, sin estar convencida del proyecto de Trump, perdió toda confianza en el esquema anterior y se muestra dispuesta, por ahora, a ver cómo sale.
A diferencia de su primer mandato, el Partido Republicano ahora está encolumnado detrás del presidente y los demócratas han definido no ofrecer oposición. Habiendo además conseguido la mayoría en ambas cámaras del Congreso y una Corte Suprema derechista, Trump asumió con una confianza desbordante.
Guerra abierta contra la clase trabajadora
Con esa confianza, Trump ha lanzado una ofensiva generalizada contra la clase trabajadora. Su plan de gobierno apunta a desmantelar lo que queda del “Estado social” estadounidense, aplicar un ajuste gigantesco y dar vía libre al capital para profundizar la explotación al máximo.
El Presupuesto 2025 propone un ajuste brutal del gasto social mientras se mantienen las exenciones fiscales para los ricos y las corporaciones, mostrando la hoja de ruta de una monstruosa transferencia y concentración de riqueza.
A pocos meses de asumir, la administración suspendió los escasos programas de ayuda social remanentes de la pandemia, mientras avanza en despidos masivos dentro del aparato estatal con el objetivo de eliminar agencias enteras que cumplen funciones clave en salud, educación, regulación laboral, medioambiente y vivienda. Ya se ha iniciado el proceso de desmantelamiento del departamento de Educación y se prepara un recorte severo del Seguro Social, Medicaid y Medicare (jubilaciones y salud pública para jubilados y pobres), bajo el pretexto de “recortar el gasto”, afectando a millones de personas que dependen de estos programas para sobrevivir.
En paralelo, el gobierno ha intensificado su agenda de desregulación. Además de eliminar protecciones ambientales, se redujeron los estándares de seguridad laboral, y se flexibilizó la supervisión de empresas, favoreciendo condiciones más precarias y riesgosas para los trabajadores.
Los sindicatos enfrentan una embestida directa: se busca restringir sus funciones, limitar su financiamiento, y facilitar el despido de trabajadores sindicalizados en el sector público. Los intentos de organización laboral en empresas como Amazon, Starbucks y otras son combatidos con despidos, persecución judicial y trabas legales.
Aunque Trump presenta su proteccionismo comercial como una defensa del “trabajador americano”, todas sus medidas golpean el nivel de vida del pueblo trabajador. El aumento de tarifas no beneficia a los trabajadores industriales, sino a la burguesía estadounidense en relación a sus competidores internacionales. La mayoría paga el costo con una inflación que golpea especialmente a los más pobres, al aumentar los precios de productos básicos como alimentos, ropa, electrodomésticos y medicamentos.
Intensificación de la opresión
Trump ha reactivado y endurecido su política antiinmigrante. Se han intensificado las deportaciones, reanudado las redadas masivas, y reforzado el muro en la frontera con México. La criminalización de la migración, combinada con la militarización de la frontera, ha provocado un aumento de muertes y detenciones arbitrarias.
Las amenazas permanentes de deportar a todos los indocumentados pretenden mantener a millones de trabajadores bajo una desesperante incertidumbre y temor. Así también las deportaciones a los campos de concentración de Bukele y la negativa a cumplir la orden de la Corte Suprema de repatriar a un hombre que fue enviado allí por un error administrativo.
El ataque a los derechos de las mujeres y personas LGBTIQ+ también es parte central del programa de la derecha. El fallo Dobbs contra Roe vs. Wade eliminó el derecho al aborto en varios estados. El gobierno federal, lejos de garantizar su acceso, ha mantenido una posición ambigua que envalentona a los sectores más retrógrados.
Además, se han intensificado las campañas contra la comunidad trans, con leyes que prohíben el acceso a tratamientos médicos, la participación en deportes y la educación sobre identidad de género en escuelas.
En varios estados, se criminaliza a padres y médicos por apoyar la transición de menores trans.
Asalto a los derechos democráticos
Trump avanza también en desmantelar los ya limitados mecanismos democráticos del régimen burgués, en una ofensiva contra el derecho al voto, la libertad de prensa y la protesta. La narrativa del fraude electoral, repetida desde 2020, ha servido para justificar nuevas restricciones al derecho al voto, en particular para comunidades negras, latinas y jóvenes. Leyes de identificación de votantes, purgas de padrones y manipulación de distritos electorales se han multiplicado bajo gobiernos estatales republicanos con el visto bueno de la Casa Blanca.
Se persigue judicialmente a periodistas y activistas. Y se han aprobado leyes que criminalizan los piquetes, cortes de tránsito y ocupaciones, buscando desmovilizar y eliminar toda forma de resistencia.
La represión a estudiantes que se solidarizan con Palestina alcanzó un nuevo nivel. En universidades como Harvard, Columbia o UCLA, los rectores presionados por legisladores republicanos y donantes millonarios han prohibido manifestaciones, perseguido activistas y desarticulado organizaciones estudiantiles. Se han producido expulsiones, procesos disciplinarios, y se ha retirado el financiamiento de instituciones como Harvard por no alinearse con la política del gobierno.
Este nivel de censura es inédito desde el período del macartismo, y apunta a quebrar el creciente movimiento universitario que conecta la lucha contra el genocidio en Gaza con una crítica más general al imperialismo estadounidense.
Un hecho particularmente grave es la detención de activistas migrantes con fines políticos. La estudiante visada y activista pro-Palestina Rumeysa Öztürk fue secuestrada en la calle por agentes de civil como represalia por su activismo; Mohsen Mahdawi, activista palestino, fue engañado y emboscado en una supuesta entrevista para conseguir la ciudadanía estadounidense, donde fue detenido.
El aparato represivo también fue reforzado. La policía recibió mayores fondos, entrenamiento militar y protección judicial mientras se criminaliza toda forma de protesta.
Régimen autoritario y base social reaccionaria
El objetivo último del proyecto de Trump es imponer un salto en la explotación de los trabajadores y en las ganancias de los capitalistas mediante ajuste, desregulación y eliminación de derechos laborales. Sin embargo, al perjudicar a la inmensa mayoría de la población, es inevitable que generen malestar, oposición y resistencia. Por eso, parte intrínseca del proyecto es la transformación del régimen en uno más autoritario y represivo que pueda aplastar toda resistencia, y la consolidación de una base social reaccionaria que apoye y defienda el proyecto por abajo.
El gobierno está avanzando en la transformación autoritaria del régimen, concentrando al máximo el poder en el Ejecutivo, reduciendo los contrapesos institucionales a su expresión mínima, desautorizando al poder judicial y al legislativo y apoyándose en las fuerzas represivas y organizaciones paraestatales violentas.
Desde el inicio de su mandato, Trump ha buscado gobernar por decreto, rodeado de una corte de leales y sin tolerancia a la disidencia. Ha llenado cargos clave con cuadros provenientes del Proyecto 2025, el plan estratégico de la Heritage Foundation.
Estos impulsan una purga del aparato estatal, la eliminación de agencias independientes, el uso del Departamento de Justicia como herramienta partidaria, y el control político sobre sectores como la educación, la salud y la comunicación.
Este autoritarismo se apoya en una base social reaccionaria, nacionalista y movilizada. La “guerra cultural” contra el feminismo, la diversidad sexual, los inmigrantes, negros, musulmanes y la izquierda cumple un rol central: crear un enemigo interno, cohesionar a una base conservadora entre los trabajadores y pobres blancos y justificar la represión.
El trumpismo funciona como un laboratorio protofascista, donde se experimentan nuevas formas de control social, censura ideológica y legitimación de la violencia política. Aunque sería impreciso equiparar sus objetivos con el fascismo del siglo pasado, lo cierto es que la ya restringida democracia burguesa está siendo desplazada por un régimen de carácter más bonapartista. Sin embargo, el desenlace de este experimento se definirá en el terreno de la lucha de clases, y más allá de la confianza que exhiben, Trump y Musk no la tienen tan fácil.
Inestabilidad, polarización y lucha de clases
Habiendo prometido una inmediata panacea económica, Trump ahora habla de necesarios dolores antes de una mejora, mientras crece la inflación y se acerca una nueva recesión.
La ofensiva tarifaria rápidamente se empantanó en una confusión de declaraciones, cancelaciones, negociaciones e idas y vueltas, generando una incertidumbre que espantó las inversiones y hundió la bolsa de Wall Street. Esto tensiona la inestable coalición de ultraconservadores religiosos, magnates tecnológicos y políticos de la derecha republicana. Más todavía, aviva la desconfianza e impaciencia del resto de la clase dominante que acompaña o espera con más dudas que certezas. Especialmente los industriales que están perdiendo millones por los aranceles y otras medidas del gobierno. El apoyo burgués generalizado del cual depende toda posibilidad de éxito del proyecto puede consolidarse si logran resultados pronto; de lo contrario, bien puede volar por los aires.
Sin embargo, el mayor problema del nuevo gobierno viene de abajo. Su base social es aguerrida pero minoritaria; Trump ganó la elección con un tercio de los votos posibles. Además, por más reaccionaria y atrasada, gran parte de esa base está compuesta de trabajadores que van a sufrir una caída en su nivel de vida, generándole contradicciones. Del otro lado de las trincheras, las medidas draconianas del gobierno son un revulsivo para la mayoría del pueblo trabajador.
El avance de la extrema derecha alimenta la polarización, también provocando respuestas a sus ataques e impulsando la radicalización de un sector a la izquierda. El pueblo trabajador viene de generar movimientos masivos como Black Lives Matter y Womens March. El movimiento obrero se viene reactivando, realizando huelgas como no se habían visto en décadas, como la de UAW, procesos de recambio de dirección en sectores como la salud y la docencia, y avances en la organización de sectores precarizados como Amazon y Starbucks.
Las recientes movilizaciones “Hands Off” han sido una primera respuesta masiva contra la agenda de Trump y marcan el comienzo de una resistencia que todo indica crecerá. El desarrollo de las luchas que vienen y su dirección política serán determinantes.
Partido demócrata y tareas revolucionarias
Lejos de ofrecer una oposición real, los demócratas han actuado como cómplices del nuevo gobierno, optando por la colaboración o el silencio ante la ofensiva reaccionaria. No frenan leyes reaccionarias, no impulsan la movilización y canalizan el movimiento “Hands Off” hacia el chantaje electoral del “mal menor”. No puede ser de otra manera; es la otra cara de la clase dominante estadounidense, un partido tan capitalista e imperialista como el republicano.
Figuras como Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez reaparecen en actos masivos organizados para preparar el terreno hacia 2028 y con tener el descontento dentro de la “carpa grande” demócrata, alimentando ilusiones de reforma desde adentro. Esta estrategia no hace más que repetir el ciclo de frustración y desmovilización, canalizando la rabia social hacia un callejón sin salida.
Hace falta todo lo contrario: impulsar la movilización para enfrentar la ofensiva reaccionaria en las calles y construir una alternativa política de los trabajadores e independiente de la burguesía.
Los revolucionarios tenemos un papel clave en estas tareas. Pero la tarea fundamental, de la cual depende nuestra capacidad de incidir en las luchas y la construcción de una alternativa política, es la 0reconstrucción de un partido revolucionario. Hay una verdadera posibilidad de avanzar en este objetivo, pero sólo es posible con el reagrupamiento de revolucionarios (hoy dispersos en varias organizaciones), organización internacional e intervención en las luchas para organizar a los miles de activistas en proceso de radicalización.
Es una tarea inmediata, no un proyecto a futuro. El proceso de polarización y radicalización actual plantea una oportunidad que no es atemporal; las luchas de los próximos meses y par de años se van a definir para un lado u otro. Los socialistas revolucionarios podemos aprovechar o dilapidar la oportunidad de organizar a los trabajadores y jóvenes hoy radicalizados. La perspectiva para la clase trabajadora no será alentadora si crecen más los reformistas y neostalinistas que los revolucionarios en este proceso.
La Liga Internacional Socialista trabaja activamente por ese objetivo, como parte de un proceso de discusión, coordinación y reagrupamiento con otras organizaciones y militantes revolucionarios.
*Publicado en Revolución Permanente
Revista de Teoría y Política de la Liga Internacional Socialista. Mayo, 2025, No. 8
Foton de portada: Time