Existen artistas, muy pocos, que logran conectar con el alma de su pueblo, que de algún modo se sincronizan con el latir del corazón de la sociedad de su tiempo y, más allá aún, se convierten en parte indisociable de algo que tiene mucho que ver con la idiosincrasia, el ser de una nación, de una patria, de un modo común de estar en el mundo o en una parte de él. Nicaragua tiene uno de esos artistas y se llama Carlos Mejía Godoy.
Cantor de sueños y revoluciones, también de desencantos, desde un nuevo exilio, más doloroso e injusto aún que el primero, echa la vista atrás en unas memorias recién publicadas bajo el título de Y el verbo se hizo canto. Un ejercicio de recuerdo que, como no podría ser de otra forma en un cantor como él, se articula a partir de algunas de las canciones que salieron de su talento y compromiso para convertirse en voz popular, en aliento común. Y así, en cincuenta bocas como las de aquella cantina de su época de estudiante, ha seleccionado un menú de cincuenta auténticas delikatessen, como él mismo señala, más pensando en el gusto del pueblo que en su propio criterio. Toda una vida en cincuenta canciones.
Entre las cincuenta bocas que nos presenta Carlos Mejía Godoy como parte imprescindible para entender lo que ha significado, lo que significa su legado, no puede faltar una canción que nació, como todas sus canciones, de manera humilde, sin mayores pretensiones, y que terminó por convertirse, porque sin duda alguna lo es, en el himno no oficial de Nicaragua cuya letra, probablemente emociona a más personas que la que empieza diciendo Salve a ti Nicaragua en tu suelo…
Y claro, si le preguntamos a Carlos que de todo su repertorio, si se le pusiera en la tesitura de quedarse con una sola canción que resumiera de manera excepcional su trayectoria, responder no es sencillo, son muchos los temas que merecerían esta consideración.
Carlos Mejía Godoy logró el más difícil todavía de traspasar las fronteras de Nicaragua con su música. En España particularmente aún se le recuerda, con muchísimo cariño, por muchas de sus canciones. Pero una particularmente, y que como ha repetido hasta la saciedad, no fue una composición suya, le puso en el top de los más escuchados. Con ella enseñó a una generación entera qué cosa es el sublibeyo…
Y de una canción que él no compuso pero que sí popularizó, a una que vendría a ser como la otra cara de la moneda. La canción que escribió pero que popularizó otro cantante ganándose, nada más y nada menos que el Festival de la OTI con ella. Quincho Barrilete en 1977 interpretada por el también nicaragüense Guayo González. Una canción que por primera vez, hace unas semanas, en un concierto en Miami, se interpretó por sus dos protagonistas, Carlos Mejía Godoy y Guayo González.
El habla popular, las costumbres, el sentir de un pueblo son la esencia de su música y también tus letras. Mejía Godoy es, ante todo, un gran contador de historias. Sabe como nadie retratar personajes, mostrarnos la sencillez de gentes humildes pero excepcionales. Lo ha hecho no solo con múltiples nicas sino también, como en otra canción que incluye en sus 50 bocas, con personajes de otros lugares como Victoriano, trotamundo vasco que llegó a Mozambique buscando una flor.
Otro de sus grandes hitos es sin duda la Misa Campesina Nicaragüense. Quién no ha cantado, a uno y otro lado del charco, a ese Cristo Obrero que era, a la vez, arquitecto ingeniero artesano carpintero albañil y armador.
Como parte del alma del pueblo nicaragüense que es Carlos, tuvo un papel muy importante en la historia del país a través de su música como creador de excepción de la banda sonora de la Revolución Popular Sandinista, una revolución que devoró a sus hijos como un Saturno furioso y de la que ya no queda más que una dolorosa y cruel traición.
Muchas de aquellas canciones forman parte de las 50 que ha elegido para las memorias como Comandante Carlos, Las Campesinas del Cuá, No pasarán… Difícil debe resultarle, sin duda, en el exilio al que el régimen de Ortega le fuerza, entonar unas canciones que en otro tiempo inflamaron de esperanza tantos corazones.
Casi cuarenta años después de la Revolución, en 2018, cuando algunos de los que se erigieron en sus dueños la prostituyeron y en su nombre, malditos sean, asesinaban a chavalos en las calles y mandaban que los hospitales no atendieran a los heridos, cuando desde el Carmen una hidra de terror lanzaba bocanadas de fuego contra su propio pueblo, el atabal guerrillero de Carlos Mejía Godoy volvía a marcar el paso del canto testimonial y es así como finaliza el libro, con un tema que seguramente nunca pensó en que tendría que escribir, Monimbó siempre con vos.
Desde su exilio, Carlos Mejía Godoy no deja de crear. No lo ha hecho nunca, no podría hacerlo. La música es su modo de estar en el mundo y sus canciones el testimonio vivo de su compromiso con un país que no ha dejado de amar.
Artista integral y parte indisociable del ser más profundo de una patria herida pero llena de dignidad gracias a unas canciones, que permanecen en el imaginario colectivo cuando se piensa en los sueños que un día parecieron posibles, en un mundo que se podía construir de otra manera. Una vida, la de Carlos Mejía Godoy, resumida en cincuenta bocas, en medio centenar de canciones llenas de ilusiones colectivas, de personajes con singular humildad. Historias, al fin y al cabo, que han dibujado con total fidelidad a una Nicaragua que nos ha enseñado a amar.