Sándigo y Brenes, lobos que acechan al rebaño del “sufrido pueblo de Dios”

Religiosos y religiosas en la clandestinidad denuncian a la jerarquía eclesial en Nicaragua por su cercanía o silencio cómplice con el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo.

La abismal distancia entre una parte de la jerarquía eclesial dentro de Nicaragua y el pueblo al que, al menos en teoría, debería asistir en sus momentos más oscuros, se ha vuelto a poner de manifiesto desde dentro de la propia iglesia católica. Religiosos y religiosas que aún permanecen en el país han vuelto a unir sus voces en un durísimo comunicado en el que ponen de manifiesto algo que, en cualquier caso, ha sido una constante y una evidencia: la representación oficial de la Iglesia Católica de Nicaragua, lejos de permanecer al lado del “sufrido pueblo de Dios” está, más bien junto a los que torturan, los que asesinan, los que violan los derechos humanos y cometen crímenes de lesa humanidad. El comunicado es más que explícito. 

La brecha que abrieron con la sufrida realidad de las ovejas de su rebaño personajes como monseñor Sócrates René Sándigo Jirón, obispo de León o el arzobispo de Managua, Leopoldo Brenes Solórzano, para más inri cardenal, ha llegado al extremo. Y a pesar de los riesgos, este grupo de religiosos trata de mantener algo que los citados jerarcas olvidaron en algún momento, si es que alguna vez lo tuvieron presente: la difícil pero obligada misión para un seguidor del hijo de un carpintero de Nazaret, el ser coherente con el mensaje que se predica.

Los firmantes de la carta señalan la designación por parte del episcopado nicaragüense de monseñor Sándigo Jirón como representante de la jerarquía católica al Sínodo de la Sinodalidad en Roma como uno de los motivos que les hace correr el riesgo de pronunciarse en un momento histórico en el que en Nicaragua hay una indisimulada persecución a religiosos y religiosas, que no es lo mismo que persecución religiosa. Y lo señalan bien claro: “lo que pudiera decir este obispo no representa los sufrimientos que padece el pueblo de Dios que peregrina en Nicaragua”. 

«Lo que pudiera decir este obispo no representa los sufrimientos que padece el pueblo de Dios que peregrina en Nicaragua».

A nadie a estas alturas se le escapa qué representa Sándigo en la Hidra de Lerna que es la dictadura Ortega Murillo. Su trayectoria le avala. Y así, en el comunicado, se recuerda el papel que jugó durante su gobierno pastoral en la Diócesis de Juigalpa, cuando “tuvo muchísimas polémicas que generaron rechazo en el conjunto de los creyentes de Nicaragua”. El obispo, por ejemplo, recalca el texto, “atacó con fuerza al movimiento campesino que se había levantado contra la ley 840”, es decir, el infame decreto que entregaba tierras, recursos naturales y soberanía nacional a un empresario chino para supuestamente construir un canal interoceánico. Los religiosos y religiosas recuerdan que Sándigo, antes los “muchísimos actos de represión y violaciones a los derechos humanos de la población campesina no fue capaz de acompañar pastoralmente a estas comunidades en la defensa de la naturaleza y vida, tal como pide el Papa Francisco en sus encíclicas Laudato Si y Laudate Deum.”

El “alejamiento” por parte de Sándigo de su pueblo se fue transformando, señala el comunicado hecho público, en “acercamiento” al régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Y es en este punto del texto cuando se traen las palabras del profeta Ezequiel, escritas hace tantos siglos pero que parecieran redactadas hoy mismo para denunciar y mostrarle desnudo (no en la literalidad en la que en Nicaragua, en otro tiempo, se nos mostró a algún sacerdote): 

¡Ah de los pastores que se apacientan a sí mismos! Se visten con su lana, pero no apacientan el rebaño. No fortalecen a los débiles, ni vendan a las heridas; no recogen a los descarriados. Mis ovejas fueron presa, mis ovejas fueron pasto de las fieras salvajes, por falta de pastor”. Unas palabras que, señalan “se quedan cortas ante el comportamiento de algunos miembros del Episcopado” que, denuncian, “siguen en silencio mientras el pueblo, y fundamentalmente los creyentes, son víctimas de cárcel, exilio, destierro y violaciones a los derechos humanos cometidas por el orteguismo”.

«Siguen en silencio mientras el pueblo, y fundamentalmente los creyentes, son víctimas de cárcel, exilio, destierro y violaciones a los derechos humanos cometidas por el orteguismo».

Un silencio cómplice es de lo que acusan a la jerarquía católica en Nicaragua con, por ejemplo, “la situación de indiferencia que están viviendo los obispos Álvarez y Báez, así como la decena de sacerdotes que actualmente se encuentran en las ergástulas del régimen, sin que aún ninguna voz autorizada de la Conferencia Episcopal de Nicaragua haga o diga algo en su favor”. 

Tras las duras palabras contra monseñor Sándigo, los religiosos y religiosas cargan las tintas contra el purpurado Brenes, que terminó por demostrar hace ya demasiado que su pretendida equidistancia ante la realidad de su pueblo viró irremediablemente a la complicidad. Y es que ante una dictadura, la línea que separa ambas posturas sencillamente no existe. 

En estos durísimos momentos para todos los nicaragüenses, también, y especialmente para los que se tienen por católicos en el país, es difícil creer que lo que más se demande de Brenes sea un “año jubilar” para celebrar el 50 aniversario de su ordenación presbiteral”. Como si los nicaragüenses estuvieran para este tipo de celebraciones, señalan. Para los firmantes de la carta esta situación, sino fuera real “sería causa de una ostensible sonrisa”. Y así, indican, que más de algún lector podría estar pensando que “es parte de una buena novela de Kafka o Saramago”. Y sí, aciertan en la carta con esta comparación literaria. Podría tratarse de un nuevo Ensayo sobre la ceguera del Nobel portugués, obra en la que, recordemos, el asunto central es la pérdida de la moral social y la deshumanización de los protagonistas.

No se le ha ocurrido a monseñor Brenes nada más necesario para acompañar a los nicaragüenses en esta nueva travesía por el desierto que caer en uno de los siete pecados capitales o, qué cosas las del lenguaje, “pecados cardinales”. El más serio de los siete, del que derivan todos los demás: la soberbia, en su forma más ridícula, que es la vanidad. 

Ante los comportamientos “nada evangélicos” de estos jerarcas de la Iglesia Católica que en el caso de Sándigo tildan de “claramente afines al régimen” y en el de Brenes Solórzano “ajenos a la realidad” insisten los religiosos y religiosas en su comunicado en que “estas figuras no representan a la Iglesia que peregrina en nuestro país”. Del mismo modo recuerdan cuál es la obligación que impone el Evangelio, que “señala con claridad que los cristianos debemos levantar la voz para defender a los más débiles frente a un poder autoritario cruel e inmoral como el que representa el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo”.

«El Evangelio señala con claridad que los cristianos debemos levantar la voz para defender a los más débiles frente a un poder autoritario cruel e inmoral como el que representa el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo”.

El manifiesto, que concluye exigiendo la libertad de los presos y presas políticos, apela al papel que, consideran, debe jugar la Iglesia Católica en este momento histórico en el que “no podemos dejar abandonados al pueblo de Nicaragua” y aseguran al pueblo nicaragüense y en especial a las comunidades y parroquias que “no les vamos a abandonar”. 

Lo que no hay en la carta es ninguna alusión a las palabras del pastor de los pastores, es decir, el Papa Francisco, sobre la realidad de Nicaragua y que, obviamente, no han calado en los obispos nicaragüenses señalados en el comunicado. El sumo pontífice se pronunció de manera inequívoca sobre el régimen Ortega y Murillo el pasado mes de marzo comparándolo con “la dictadura comunista de 1917 o la hitleriana del 35”.

No es esta la primera carta que este grupo de religiosos y religiosas de Nicaragua en clandestinidad hacen pública. La anterior se conoció hace casi un año, en diciembre de 2022, y su destinatario principal era monseñor Brenes Solórzano. En ella se cuestionaba también su actuar ante la crisis de derechos humanos que vive el país y le reprochaban su silencio.

La salida al escenario público, aunque sea de manera anónima, de este grupo (fuentes muy cercanas aseguran a Agenda Propia Nicaragua que los firmantes son siete sacerdotes y once monjas) y, especialmente los ejemplos palpables de figuras como monseñor Rolando Álvarez, monseñor Silvio Báez, el padre Edwin Román y otros tantos, evidencian la existencia de dos iglesias católicas diametralmente opuestas. La que, aún con sus contradicciones, lucha por ser fiel a los principios evangélicos y la que, como tantas otras veces a lo largo de la historia desde que, hace dos milenios, Pedro fuera la piedra sobre la que se edificó, ha estado del lado del lobo del que debía proteger al rebaño. Cuando no ha sido el propio lobo.